Todos podemos equivocarnos (aunque a nadie le guste) y no hay nada de malo en ello. El problema es no ser capaces de reconocerlo.
Las redes sociales nos bombardean con una visión irreal de la vida y por ello a menudo nos vemos obligados a sobrestimar nuestras capacidades. Creer firmemente en nosotros mismos es extremadamente positivo, pero es necesario formarse correctamente antes de lanzarnos en cualquier empresa. El periodista Malcolm Gladwell, por ejemplo, repite como un mantra que se necesitan al menos 10.000 horas de práctica en cualquier campo antes de poder llamarnos expertos en algo.
De hecho, la reacción más común ante un fracaso es la de atribuirlo a factores externos, utilizando excusas para no tener que admitir que nos hemos equivocado. Se trata de una reacción bastante frecuente que implica la pérdida de una posibilidad importante, es decir aprender de nuestros errores. Para hacerlo es necesario ser más abiertos mentalmente y saber cuestionarnos.
Un buen método para emprender este camino es el de hacer preguntas. En lugar de decir “no, esto es imposible”, es más instructivo preguntar por qué según nuestro interlocutor ese determinado proyecto no es realizable, tal vez llegando a entender el porqué de una elección potencialmente equivocada o de un error cometido.
Además, cuando nos apasionamos y nos afeccionamos profundamente en un proyecto empresarial puede suceder que perdamos completamente de vista sus posibilidades de éxito reales. En cambio, ser capaces de aceptar las críticas constructivas y reconocer los errores cometidos, nos hará ser objetivos y tener sentido crítico, permitiéndonos modificar el proyecto si fuera necesario.
Por último, observar a la competencia también es fundamental para aprender de sus éxitos y sus errores pero, sobre todo, para reconocerlos como fuente útil de inspiración cuando logren resultados mejores que los nuestros.