Los seres humanos piensan en términos de narración y cuanto más sencilla sea, mejor será. En el siglo XX existían tres grandes narraciones: la fascista, la comunista y la liberal. La primera fue eliminada por la Segunda Guerra Mundial, a finales de los años ochenta se derrumbó la comunista, la tercera, que dominaba incontrastable, ha desaparecido hace poco: la gente ya no cree que garantizar la máxima libertad a todos sea la solución a cualquier problema. La narración liberal creó grandes expectativas, respetadas en el pasado, pero hoy en día los jóvenes serán afortunados si lograrán mantener las condiciones de vida actuales. Sin una narración que nos explique el futuro, estamos desorientados y pensamos en términos apocalípticos. A esto hay que agregar una creciente incapacidad para mantenerse al día con la tecnología, en el delicado sector financiero. ¿Qué pasará cuando la inteligencia artificial haga que sea imposible comprender las actividades financieras para la mayor parte de las personas? ¿Cuáles serán las repercusiones políticas cuando el presupuesto nacional tenga que ser aprobado por un algoritmo? Las masas sienten que están perdiendo importancia y la voluntad de tener una narración global disminuye cuando Trump propone la vuelta del aislacionismo americano, Inglaterra elige el brexit y China redescubre la tradición histórica original. Ha llegado el momento de idear una nueva narración que sea capaz de manejar la doble revolución, informática y biotecnológica, que tomará impulso en las próximas décadas e influirá en la vida de todos. Para conseguirlo, tenemos que pasar del pánico a la perplejidad: tenemos que admitir que no sabemos lo que le está pasando al mundo.