Al comienzo del libro la autora cuenta que, ni bien se graduó, se mudó a un ashram, una comunidad espiritual en la que practicaba la meditación y donde permaneció casi 12 años. Dentro del ashram, la disciplina era muy estricta: despertarse a las 3 y media, ducha fría, y luego, dos horas de meditación y yoga. A pesar de ello, Tara sentía que no estaba a la altura y que era insuficiente e incapaz de abrirse a un verdadero despertar espiritual. En otras palabras, una yoguini terrible.
Muchas personas tienen la sensación constante de que son insuficientes y que no son merecedoras de amor, y esta sensación está profundamente arraigada en la cultura católica y occidental. Tengamos en cuenta que la población occidental está influenciada por la historia del pecado original de Adán y Eva, según la cual todos somos pecadores y debemos expiar nuestras culpas y ganarnos el perdón. Al mismo tiempo, la cultura actual, nos lleva a ser cada vez más competitivos y exitosos, a tener que estar siempre ocupados y produciendo, y a mirar siempre hacia el futuro para mejorar constantemente y superar a los demás. Esto hace que vivamos criticándonos a nosotros mismos y a los demás, y nos encierra en una jaula de insatisfacción eterna que la autora llama el "trance de la insuficiencia".
En cambio, en la tradición budista, todos los seres humanos comparten la naturaleza divina del Buda, solo necesitan redescubrirla. Este redescubrimiento se produce a través de un despertar espiritual que llamaremos "aceptación radical", y consta de dos elementos: consciencia y compasión. Ver la propia realidad con claridad y luego adoptar una actitud de ternura y empatía son dos capacidades interdependientes e inseparables. Por sí sola, la visión consciente podría intensificar nuestra opinión sobre nosotros mismos, al igual que la compasión podría llevarnos a la autocompasión y a la pura indulgencia. Por lo tanto, hay que desarrollar las dos habilidades al mismo tiempo, y siempre llevarlas a la práctica.