Cientos y cientos de miles de millones. Este es el orden de magnitud del número de células que conforman nuestro cuerpo, a las que se suman miles de millones de virus y bacterias. Este inmenso aparato está controlado por un formidable y elegante organismo de seguridad: el sistema inmunológico, que repara tejidos, elimina toxinas, y sobre todo combate a los peligrosos intrusos conocidos como microorganismos patógenos. Básicamente estos son agentes que causan enfermedades y se dividen en tres grupos: parásitos, virus y bacterias. En su forma más letal, podemos imaginarlos como pequeños (mejor dicho, microscópicos) asesinos. Una célula humana puede contener hasta unOs pocos miles de bacterias, y dentro de una bacteria, en términos de tamaño, a su vez podríamos "insertar" algunos miles de virus. Números realmente sorprendentes.
Sin embargo, también debemos aclarar algo importante: no todos los virus y bacterias son patógenos y enemigos de nuestro cuerpo. Es más, sería totalmente lo opuesto, ya que alrededor del uno por ciento de las bacterias causan enfermedades, y algunos virus son esenciales para nuestra supervivencia. Pensemos, por ejemplo, en la flora bacteriana que tenemos en el tracto intestinal y que colabora con el proceso digestivo.
Si no tuviéramos sistema inmunológico no podríamos combatir ninguna enfermedad ni accidente por más leve que fuera, por lo que no hace falta decir que no existiríamos sin él. Pero, ¿exactamente cómo lucha el cuerpo contra los invasores no deseados? ¿Cómo funciona la increíble y fascinante máquina del sistema inmunológico? ¿Cómo es que logramos sobrevivir durante décadas evitando los peligros del mundo gracias a esta defensa? La forma más sencilla, clara e interesante de responder a esta pregunta pasa inevitablemente por parte de la historia del sistema inmunológico, es decir, por cómo lo hemos ido descubriendo poco a poco.