Un atlas es una colección de varios recursos: imágenes, textos e informaciones presentados con diferentes grados de profundidad. Un atlas es una fuente de información neutra que transmite un punto de vista específico a través del cual mirar el mundo: el de la ciencia. Pero, es además, un acto de creatividad y esto nos ofrece la posibilidad de observar el mundo siguiendo el punto de vista del arte. Cuando hablamos de inteligencia artificial (IA) tenemos la necesidad de entenderla bajo diferentes puntos de vista, igual que sucede con el mundo que nos rodea. Una solución es adoptar un planteamiento topográfico, que vaya más allá de las promesas abstractas de la IA o los últimos modelos de machine learning para entender cuáles son los diferentes ámbitos en los que se basa este sector y entender cómo están íntimamente interconectados. Además, es necesario empezar a considerar la tendencia de la inteligencia artificial de registrar nuestro planeta transformándolo en algo leíble solo desde el punto de vista informático. Un ejemplo es la normalización y la difusión de mapas, que son de propiedad de la misma industria de IA, como instrumento de control indirecto de los movimientos, las comunicaciones y el trabajo de las personas. Si no hacemos nada, el riesgo a largo plazo es que la industria de la inteligencia artificial abandone el deseo de crear un atlas del mundo para convertirse ella misma en el único atlas a través del cual podremos conocer el mundo. Para entender mejor cómo la IA es el reflejo de un pequeño grupo homogéneo dominante se puede comparar lo que está sucediendo hoy en día con lo que sucedió durante la elaboración de los mapamundi en la época medieval, que eran mapas que encuadraban diferentes aspectos del mundo siguiendo conceptos religiosos y de poder.
Kate Crawford define la industria de la inteligencia artificial como una industria extractiva. Lejos de ser ligera y sostenible como es fácil pensar si se asocia con algunos de sus elementos como el cloud, los sistemas modernos de IA dependen de la explotación de la energía, los recursos mineros, trabajo a bajo coste y una gran disponibilidad de datos. Además, se construyen basándose en lógicas vinculadas al capitalismo y al control, una combinación que aumenta aún más la desigualdad en la que se basa este sistema. Es posible y necesario poner en duda estas lógicas y modificarlas. Pero para cambiar la política dominante de hoy en día y, como consecuencia, también en la que se basa la IA, es fundamental que los diferentes movimientos por la justicia —en concreto quienes luchan por la protección de la privacy, los derechos de los trabajadores, la salvaguardia de la Tierra y la la equidad racial — se unan para hacer un frente común. También es importante preguntarse cuál es el tipo de política que la inteligencia artificial está difundiendo, qué intereses apoya y a quién perjudica. Todas ellas son preguntas que no pueden responderse fácilmente y el riesgo de quedar paralizado por un pensamiento distópico es alto. Pero, es importante tener presente que esta no es una situación sin solución, al contrario: ahora es el momento de actuar para cambiar de rumbo.