Vivimos en un mundo que se mueve rápidamente, que no espera, que no se detiene. Un mundo en el que la norma es no tener un momento de paz, de pausa o de aburrimiento. Diariamente estamos abrumados con compromisos y responsabilidades y, a menudo, se nos exige que realicemos incluso más de una tarea al mismo tiempo. Pensamos que, haciendo más cosas a la vez tendremos más tiempo para dedicarlo a otra actividad más tarde, pero en realidad este comportamiento no es bueno para nosotros. Pasamos de una actividad a otra rápidamente y esto nos lleva a experimentar niveles de estrés muy elevados que, si se prolongan durante mucho tiempo, pueden comprometer seriamente nuestro estado de salud.
En medio de todo este caos, definitivamente el sexo pasa a un segundo plano y esta situación, en la mayoría de los casos, se traduce en una pérdida paulatina de la libido. Pasamos nuestro tiempo a pensar en el pasado, ilusionándonos con cambiarlo de alguna manera, o planeando el futuro, tratando de anticiparnos a todos los posibles problemas que podrían surgir para no quedarnos desconcertados. Se nos hace difícil vivir en el presente y concentrarnos en los eventos que suceden aquí y ahora. Esto también se aplica a nuestra vida sexual, nos distraernos con mucha facilidad y no prestamos atención a las señales que podrían activar nuestra respuesta sexual.
A pesar de las innumerables dificultades que todos nosotros experimentamos en nuestra vida diaria, hay personas, especialmente las mujeres, que son más sensibles que otras al estrés que provoca este estilo de vida, así como a la depresión y al dolor durante las relaciones sexuales. ¿Qué les hace diferentes? Pues sobre todo sus creencias en el ámbito sexual. Pero, ¿qué significa esto exactamente? Los autores quieren hacernos entender que, por ejemplo, quien concibe el sexo solo con fines reproductivos, es decir como una actividad que no divierte ni excita, es muy probable que encuentre dificultades en la gestión de su sexualidad. En cambio, quien lo vive como una forma de comunicarse con su pareja de manera exclusiva y demostrarle su amor, fortaleciendo el vínculo que los une, rara vez encontrará razones o excusas para no disfrutar o privarse del mismo.
Estas creencias se basan en gran medida en la educación sexual que hemos recibido, especialmente en función de dónde tuvo lugar y cuánta información tenemos al respecto. En un mundo ideal, esta educación debería llevarse a cabo en la escuela por expertos en la materia asistidos en casa por los padres, aunque lamentablemente esto solo ocurre en contadas ocasiones. Esto permitiría experimentar las primeras relaciones sexuales a una edad más avanzada y con una mayor conciencia de los riesgos, tanto relacionados con las enfermedades de transmisión sexual y los embarazos no deseados, como con el ciclo menstrual y los problemas que pueden surgir y así sucesivamente. Desafortunadamente, la mayoría de las veces, estos son planteamientos que promueven la abstinencia, que tienen como objetivo asustar a los niños, y que generalizan excesivamente sin tener en cuenta la variabilidad de sus preferencias y experiencias. Nunca mencionan el placer sexual ni aportan suficiente información útil, a pesar de que es algo que los niños necesitan y, a menudo, comienzan a hacer preguntas mucho antes del inicio de la adolescencia.