La batalla de Caporetto es un capítulo muy doloroso y complejo de la historia italiana. La ofensiva que condujo a la terrible derrota del ejército italiano por mano de los austríacos y alemanes fue muy eficaz, sobre todo porque los alemanes acudieron a ayudar a los austríacos. En las memorias que publicó el general August von Cramon, después de la guerra, cuenta que la idea de recurrir a los alemanes para lanzar el ataque decisivo contra los italianos empezó a tomar fuerza durante la ofensiva del general Luigi Cadorna sobre Bainsizza.
El objetivo de Cadorna era Trieste, pero la única forma que tenía el ejército austríaco de detener a los italianos lo antes posible era organizar una contraofensiva, lo cual, sin el apoyo alemán, era impracticable. Es casi imposible saber quién "ordenó" los ataques y ofensivas de las batallas del siglo XX, debido a la extrema complejidad con la que se organizaba el Estado Mayor. Un ejército de la Primera Guerra Mundial tenía un comandante nominal (para el caso de los italianos, se trataba del rey Víctor Manuel III). Luego, estaba el Jefe de Estado Mayor, quien era el que tomaba las decisiones. En los ejércitos más avanzados también había un Jefe de la Oficina de Operaciones, que solía tratarse de un simple coronel que permanecía en las sombras, pero que tenía un papel decisivo.
En sus memorias publicadas en 1920, el jefe de Estado Mayor Paul von Hindenburg dedica un capítulo a Caporetto y afirma que desde un principio se opuso a retirar hombres de las operaciones en el frente occidental (donde todos eran requeridos) para mandarlos a luchar solo por la gloria, básicamente. Pero su opinión importaba hasta cierto punto, y el Káiser Guillermo II decidió que era factible salir al campo de batalla con los austriacos: – "Puedes estar seguro de que no solo mi ejército, sino toda Alemania, se regocijará si las tropas alemanas, junto con los valientes combatientes de Isonzo, humillan a Italia".