Greger era un joven estudiante cuando su abuela se enfermó del corazón. Los médicos no le daban muchas esperanzas y por ello le dieron el alta de la clínica para que volviera a casa. Pero la abuela solo tenía 65 años y no quería rendirse; había oído hablar de algunos métodos alternativos realizados por un médico llamado Nathan Pritikin y quiso probarlos. El doctor Pritikin empezaba a ser conocido porque había demostrado que tenía la capacidad para revertir las enfermedades del corazón. La señora entró en silla de ruedas y después de tres semanas salió caminando. Además, vivió otros 31 años. La terapia que se le había dado era una dieta basada en vegetales.
Esta historia exitosa explica la motivación que desde el inicio guió al doctor Greger e hizo que cambiara su forma de pensar. Quiso creer que no era una coincidencia y que realmente era posible curar enfermedades crónicas con la alimentación.
De hecho, las medicinas tienen efectos colaterales que a largo plazo se añaden a los problemas existentes. En cambio, la alimentación aporta todo lo que el organismo humano necesita para que pueda curarse a sí mismo.
A partir de ese momento Greger empezó a viajar por el mundo para explicar sus descubrimientos y también los de otras personas, seguro de que la salud se puede controlar siguiendo pequeños y sencillos consejos.
Su misión es difundir la cultura de la alimentación a través del conocimiento de la comida porque esta última tiene la capacidad de mantenernos saludables, hacernos estar bien y sobre todo devolvernos la salud cuando nos falta.
Todos saben que la salud es importante, sin embargo solo cuando nos encontramos mal estamos dispuestos a cambiar. En cambio, el secreto reside en la prevención, la elección de la calidad y no de la cantidad de comida y en el estilo de vida sano.
Para dar un ejemplo, el riesgo de cáncer no se reduce tomando integradores antioxidantes sino comiendo los alimentos adecuados que contienen antioxidantes.
La salud es un bien que de alguna manera se puede controlar.