Si pones un puñado de sal en un vaso de agua, ya no podrás beberlo. Pero si pones la misma sal en un río, nada cambiará, porque el río es inmenso, capaz de recibir y de transformarse. Entonces, si nuestro corazón es pequeño y cerrado, su capacidad de comprensión y aceptación será limitada; pero si sabemos cómo abrirlo, encontraremos que en nuestro interior tenemos una gran reserva de comprensión y compasión para ofrecer. Para entender realmente este concepto, debemos reflexionar sobre lo que sucede en una relación. Al principio, el amor solo nos incluye a nosotros y a la otra persona, pero a medida que la relación avanza, el amor crece e incluye a los demás. En el momento en que deja de crecer, el amor muere, como si de una planta se tratara, por lo que es fundamental alimentar constantemente este sentimiento para mantenerlo sano y con vitalidad.
Todos podemos aprender el arte de dar felicidad y amor. Básicamente, lo que tenemos que entender es que, antes que nada, debemos saber alimentar nuestra felicidad, para que podamos nutrir nuestra capacidad de amar. Si aprendemos a amarnos y a comprendernos a nosotros mismos, si somos capaces de sentir verdadera compasión por nuestro ser, entonces realmente podremos amar a otra persona y darle el mayor regalo: comprender su sufrimiento.