Desde la década de 1990, las sustancias psicodélicas volvieron a ser objeto de experimentación en varios laboratorios universitarios, especialmente en la Universidad Johns Hopkins, NYU - Universidad de Nueva York y del Imperial College de Londres. A mediados de los años 60 se prohibieron, ya que representaban un símbolo de perdición, y fueron incluidas en la lista negra de sustancias adictivas y sin un valor médico reconocido. Sin embargo, hoy son las protagonistas de una nueva línea de investigación, que intenta sondear en los misterios de la consciencia humana. Pero eso no es todo. También se las utiliza de forma experimental como terapia para diversas afecciones, como ansiedad y depresión en pacientes con cáncer, adicciones como el alcohol y la nicotina, trastorno obsesivo-compulsivo, depresión, trastornos alimentarios y traumatismos. Tal parece que el uso de estas sustancias puede provocar una disolución temporal del ego, lo cual permite reconfigurar el cerebro. Dicho de otra forma, sirve para reescribir sus vías neuronales y eliminar aquellas que llevan a sentir ansiedad, depresión, adicción y obsesiones. Por otro lado, en las personas sanas esta ruptura de patrones de pensamiento establecidos podría dar lugar a un aumento del bienestar, la creatividad y la apertura mental. En Estados Unidos, esta segunda ola de investigación psicodélica ha llegado en un momento en que somos testigos de la incapacidad de la psicoterapia tradicional para hacer frente al aumento dramático de los casos de depresión y suicidios que afecta al mundo occidental. Precisamente por eso, muchos investigadores creen que ha llegado el momento de adoptar un nuevo enfoque en el que la mente y el cerebro vuelvan a estar unidos en una única terapia, o al menos eso es lo que prometen.
En su viaje de investigación y descubrimiento, Michael Pollan se centra sobre todo en dos sustancias psicodélicas, que son las que actualmente están recibiendo más atención por parte de los científicos. Nos referimos al LSD, nombre común de la dietilamida del ácido lisérgico, y a la psilocibina, sustancia que se encuentra en los hongos alucinógenos. En cambio, otras quedan en un segundo plano porque, aunque son potentes, son difíciles de llevar al laboratorio (como es el caso de la ayahuasca), o bien no son aceptadas de forma unánime como sustancias psicodélicas, como la MDMA, también conocida como éxtasis.