Cómo dinamitar un oleoducto

En 1995, en Berlín se celebró la COP1, es decir, la primera Conferencia de las Partes, que dio inicio a una serie de cumbres anuales organizadas por Naciones Unidas para hablar sobre el clima. Las expectativas por parte de los activistas del cambio climático eran muy altas pero en los años venideros no se han visto satisfechas, sino todo lo contrario. Desde ese día, las emisiones anuales de dióxido de carbono han crecido alrededor de un 60 %. Y esto no es todo: los Estados Unidos han vuelto a ser el mayor productor mundial de petróleo y gas. De hecho, poseen la mayor red de oleoductos del mundo, compuesta por más de 800 000 kilómetros de tuberías de alta presión. Alemania continuó extrayendo casi 200 millones de toneladas de lignito al año, mientras que Suecia construyó una gran carretera nueva alrededor de Estocolmo y los SUV se han convertido en la segunda causa principal del aumento de las emisiones globales de CO2. En abril de 1995, mes en que terminó la COP1, la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera era de 363 partes por millón. En abril de 2018 superó las 410 partes por millón. A esto se suman los incendios de proporciones devastadoras, como los ocurridos en Australia, Siberia, Amazonas y California a partir de 2019, el progresivo aumento del nivel del mar y fenómenos atmosféricos cada vez más extremos y frecuentes como los huracanes, las inundaciones y las sequías.

Sin embargo, nada de esto ha preocupado a quienes tienen el poder de luchar contra el cambio climático. Andreas Malm señala con amargura que la acumulación de capital sigue triunfando sobre el sentido común y el bien de la sociedad.