Cuando la organización del trabajo se basa en principios como lealtad, entusiasmo y espíritu de grupo, el rendimiento es mayor, porque se aprovecha mejor la potencialidad efectiva de todos, que no suele ir más allá del 50 % de su valor. El ser humano tiende a vivir por debajo de sus posibilidades y a no utilizar la mayoría de sus recursos: , si queremos mejorar las relaciones en el grupo y -por consiguiente- el rendimiento individual, el primer obstáculo que hay que derribar es la propensión a la crítica. Criticar es inútil, porque hace que las personas se pongan a la defensiva, es más: es peligroso, porque lastima el orgullo, desanima y reduce la voluntad de comprometerse. Como demostraron los experimentos de B. F. Skinner, un animal recompensado por haberse portado bien aprende más rápido que uno castigado por haberse equivocado: les ocurre lo mismo a los seres humanos.
Como en el caso de George Johnston, encargado de la seguridad en una sociedad de ingeniería en Enid, Oklahoma. Johnston tiene que controlar que los empleados lleven casco, pero cuando recuerda a los que no lo hacen que es el reglamento que los obliga, obtiene una obediencia polémica y rencorosa; a menudo, cuando se aleja, alguien vuelve a quitárselo. Todo cambia cuando modifica su actitud: a los empleados que no llevan casco les pregunta si piensan que es incómodo o si la talla no es correcta, subraya lo importante que es usar esta herramienta para protegerse y sugiere llevarlo siempre en el área de obras para no hacerse daño. El resultado es un fuerte aumento del respeto del reglamento, sin protestas o polémicas.