Durante su carrera, estableció varios récords mundiales en las tres especialidades de la apnea profunda: apnea con peso constante (en la que el descenso y el ascenso solo se hace con aletas), con peso variable (el descenso es con lastre y el ascenso con los brazos) y sin límites (descenso con lastre y ascenso con globo). Pelizzari practicó este deporte a nivel competitivo entre finales de la década de 1980 y 2001, cuando se retiró. En los años setenta, los legendarios Enzo Maiorca y Jacques Mayol habían desafiado los límites humanos conocidos hasta entonces y habían logrado llevar a la apnea a los titulares de los medios de comunicación. En aquellos días, no había mucha gente que la practicara. En Italia, la competencia era entre sicilianos y toscanos, cuya relación con el mar es profunda. Quienes practicaban la apnea en esos años eran pioneros, autodidactas. No había cursos ni manuales. Se hacía por ensayo y error. El talento también residía en no rendirse nunca, en siempre querer bajar un metro más, y en creer que lo imposible era solo una opinión a negar. Enzo Maiorca fue un maestro en este sentido. En la década de 1960, el profesor Gabarrou, uno de los máximos exponentes de la fisiología subacuática y miembro del equipo del oceanógrafo Jacques-Yves Cousteau, había estimado el límite máximo de inmersión en 50 metros de profundidad. Más allá de esta profundidad, la caja torácica de una persona implosionaría debido a la presión externa. Maiorca no estaba del todo convencido de esto y decidió probar este límite él mismo. El día de la inmersión, Maiorca echó por tierra todas las certezas que tenía hasta entonces la medicina subacuática, al subir a la superficie con en mano la etiqueta de los - 50 metros. El límite se cambió a - 75 primero, y luego a - 101 y a - 105, respectivamente, pero luego Maiorca o Mayol demostraban que se podía seguir cambiando. ¿Cómo pudieron lograr esto? Unos años más tarde se descubrió que los humanos también se benefician del blood shift (también conocido como hemocompensación pulmonar), un automatismo fisiológico propio de delfines, ballenas y otros mamíferos marinos. Según la ley de Boyle Mariotte, a temperatura constante, la presión y el volumen de un gas son inversamente proporcionales. A - 50 metros de profundidad, hay una presión de 6 atmósferas. Esto significa que nuestros pulmones se vuelven seis veces más pequeños de lo normal, y en consecuencia, dejan un espacio vacío en la caja torácica. En realidad, gracias al desplazamiento de la sangre, este espacio se llena gradualmente con la sangre que nuestro cuerpo extrae de forma automática de las zonas periféricas, precisamente para evitar la implosión de la caja torácica. El cuerpo humano, al igual que el de los grandes mamíferos marinos, también implementa otro mecanismo de adaptación automática cuando se encuentra a grandes profundidades sin posibilidad de respirar. El corazón disminuye sus pulsaciones de manera progresiva, y el oxígeno que está presente en el organismo se redistribuye lo más lentamente posible para salvarlo.