Cuando oímos el término "conversación crucial" a menudo pensamos en las reuniones del gobierno sobre el futuro de todo un país. Seguramente estas discusiones tienen un gran impacto, pero existe otro tipo de conversación crucial, en el cual todos pueden participar, y tienen tres particularidades: las opiniones de los participantes son opuestas, hay mucho en juego —pensemos en la conversación con el jefe para convencerlo de que estamos preparados para un ascenso— y se desencadenan emociones muy fuertes que ponen a prueba nuestra lucidez. Pero sobre todo, estas conversaciones se definen como cruciales porque pueden tener un impacto decisivo en la vida de los interesados.
A pesar de su importancia, las personas tienden a evitar este tipo de intercambios, por miedo a no saber gestionar la situación y complicar aún más las cosas. En la oficina enviamos correos electrónicos en lugar de ir hasta la mesa de un colega para hablar abiertamente con él. Las familias cambian de tema durante la cena cuando la conversación se vuelve peligrosa.
En realidad, no hay nada de biológicamente equivocado en nuestro comportamiento: cuando las emociones entran en juego los seres humanos reaccionamos con el mecanismo de "lucha o huida" y en la mayoría de los casos, optamos por la huida. Esto sucede porque las glándulas suprarrenales empiezan a bombear adrenalina en el flujo sanguíneo, mientras que el cerebro desvía la sangre hacia los músculos más grandes de los brazos y las piernas, lo que haría que, en consecuencia, tuviéramos que afrontar conversaciones importantes con el coeficiente intelectual de un mono.
Pero cuidado: veinte años de investigaciones que han involucrado a más de 100.000 personas, revelan que la característica clave para ser grandes líderes, compañeros de equipo, padres o solo amigos, es precisamente la capacidad para afrontar con soltura los problemas emocional y políticamente arriesgados.