A menudo las emociones son difíciles de identificar. Con frecuencia la dificultad está precisamente en el hecho de no lograr dar un nombre a lo que sentimos. Se trata de emociones complejas y la vergüenza es una de estas. Así que también es complejo el enfoque para poderla reconocer en nuestro interior y resolver la situación.
Como todas las situaciones complejas, también la vergüenza se presenta bajo distintos aspectos, es decir que se activa por varios motivos. Por ejemplo, a menudo se usa la vergüenza para intentar cambiar a una persona. Se usan afirmaciones fuertes como “si no estudias, te convertirás en un estúpido y nadie te buscará”. Son afirmaciones que tienen buena intención de fondo, pero tienen efectos devastantes. Para intentar que la persona actúe, la hacemos sentir pequeña o ridícula.
También es una modalidad que puede hacernos sentir culpables por algo de lo que no somos responsables.
Sentir vergüenza no es bueno porque influencia negativamente muchos aspectos de nuestra vida, desde las relaciones personales hasta el trabajo. El ser humano desea estar conectado con el mundo, mientras que la vergüenza acaba aislándolo.
Sentir vergüenza siempre es una experiencia dolorosa, a veces incluso solo escuchar a una persona que explica su vergüenza puede ser doloroso.
La primera consecuencia es el sentimiento de exclusión, cuando el deseo del ser humano es exactamente lo contrario: es decir que lo involucren, lo tengan en consideración, lo miren y lo escuchen.
Se empieza en casa a sentir vergüenza, en la relación con los padres. Cuántas veces una chica se ve condicionada por el juicio de la madre que la riñe porque no es suficientemente femenina, bonita o no va arreglada.
Comentarios de este tipo hieren y bloquean. Nos hacen silenciosos, para acabar impotentes.
El problema también se repite fuera del núcleo familiar, en las situaciones sociales, confrontándonos con los demás. Un divorcio, un acoso, una traición o la infertilidad son temas delicados que a menudo evitamos tratar por temor a que nos juzguen.
La inseguridad generada por los juicios que no hemos pedido no corresponden naturalmente a la realidad sino solo a una interpretación parcial de esta, sin embargo basta un punto de vista erróneo para activar la vergüenza que se va transformando poco a poco en algo estructural. De esta manera, la persona, que ya es vulnerable, deja de sentirse libre para expresar ideas y conceptos, y renuncia a afirmarse a sí misma en público.
Un reproche que viene de alguien más es otro ejemplo de vergüenza inducida. Si no tenemos las herramientas para contrastar la emoción negativa, la interiorizamos como auto-reproche.
Podría ser útil diferenciar la vergüenza de las emociones parecidas como la incomodidad, la humillación y la culpa, que también dan respuestas diferentes de la vergüenza común.
Tal vez la incomodidad es la menos incisiva, la que tiene menos consecuencias precisamente porque está dictada por una situación pasajera. Decimos “He pasado por una situación incómoda”, pero debido a su breve duración a menudo la reacción es reír, sin consecuencias.
A menudo, la culpabilidad se confunde con la vergüenza. En realidad son dos cosas diferentes. La gran diferencia es que mientras la culpabilidad puede estimular el cambio, la vergüenza lo bloquea.
Luego está la humillación, que también tiene matices diferentes. A menudo, esta emoción también se confunde con la vergüenza. Si por ejemplo a un estudiante se le comunica que reprobó un exámen delante de toda la clase, este se sentirá humillado o avergonzado según lo que piense de sí mismo. Si considera que el juicio del maestro está fuera de lugar, se sentirá humillado e intentará hacer valer sus derechos, y pensando que ha sido víctima de una injusticia hablará de ello con los padres, los amigos y los conocidos. En cambio, si el estudiante cree que realmente es justo que haya sido reprobado porque no es suficientemente inteligente, entonces la emoción predominante será la vergüenza, y el hecho de haberla vivido delante de toda la clase hará que se sienta pequeño.
La vergüenza tiene un efecto más grave que la humillación porque quien siente vergüenza esconderá lo sucedido en casa y a los amigos y se guardará todo dentro.
Claro, también es cierto que repetidas humillaciones pueden transformarse en vergüenza y tener consecuencias importantes a largo plazo.
La única verdadera respuesta para la persona que siente vergüenza es reconocerse, y para hacerlo tiene que empezar un recorrido de autoconocimiento.