Hay personalidades que se manifiestan desde una edad muy temprana. Desde niño, los negocios eran el punto fuerte de Tony Hsieh. Desde pequeño supo que quería hacerse rico y siempre tuvo este objetivo muy claro en su mente. Lo que más le motivaba era su anhelo por crear algo y verlo crecer, así que pidió que le regalaran una caja con lombrices para su décimo cumpleaños. De hecho, había leído que si cortaba una lombriz por la mitad, esta habría vuelto a crecer, y de esta manera habría podido venderlas fácilmente. Sus padres quisieron complacerle así que le compraron una caja llena de tierra y lombrices por 33 dólares. Al final Tony decidió que era más sencillo poner la caja en el jardín. Cada día alimentaba a sus lombrices con yemas de huevo.
Pero después del primer mes de alimentación a base de yemas, la caja estaba vacía. Algunas lombrices se habían escapado al jardín y los pájaros habían devorado el resto.
Cambió de negocio. Se le ocurrió vender postales de Navidad a domicilio, pero esto tampoco funcionó y pensó que necesitaba escoger un negocio que no fuera de temporada.
Entonces se dedicó a la venta por correo. En una revista juvenil había visto una publicidad de una máquina para imprimir fotografías en un broche. Hizo sus cálculos. La máquina costaba 50 dólares y más otros 50 para los accesorios. Podía parecer una inversión inicial elevada ya que para recuperarla tenía que vender 100 broches de 1 dólar, pero una vez recuperado este gasto habría ganado 0,75 céntimos por cada broche vendido.
Es gracioso pensar que un niño pre-adolescente intenta tener éxito haciendo estos experimentos, y aún así es interesante ver la fantasía con la que concebía sus planes.
Se acordó de un libro que tenía un compañero de clase, Free stuff for Kids (cosas gratis para niños), una revista que mostraba una serie de productos que los estudiantes podían recibir gratis o por poco dinero. Tony envió una carta al editor pidiendo que le incluyeran como “productor de broches con foto”. En su anuncio proponía el broche acabado si el cliente le enviaba un sobre con una foto y 1 dólar.
Cuando llegó su primer encargo, sintió que estaba oficialmente “dentro del negocio”. El primer mes llegó a los 200 dólares, así que no solamente amortizó la inversión inicial sino que además tuvo beneficios. Este negocio funcionó tan bien que decidió comprar una máquina mejor para reducir el tiempo de producción. Se convirtió en un negocio familiar, pequeño pero rentable y con un nicho de mercado concreto. La gran lección que aprendió de este experimento es que un negocio puede funcionar incluso a distancia, sin interacción física con el cliente.
Luego continuaron otros experimentos. Vendió trucos de magia con un sistema similar al del broche, pero no funcionó. También entró en el negocio de la pizza por su alto margen de beneficio ya que una pizza que al productor le cuesta solo 2 dólares, se vende al menos por 10 dólares.
Lo que más sorprende de la precocidad de sus experimentos es que le permitieron ganar experiencia. De esta manera, el joven Tony fijó las bases de su futuro, y entendió rápidamente la importancia de adaptar la oferta a la demanda del cliente.
Por esta razón, cuando acabó el colegio y empezó a trabajar en una oficina, pensó que la experiencia de trabajar de 9 a 5 era aburrida y poco estimulante. A partir de ese momento tuvo muy claro que quería fundar su propio negocio y ser el creador de su destino.