En un mundo que reclama cada vez con más fuerza nuestra atención, a menudo nos comunicamos de una manera distraída y vacía, sin darnos cuenta de la importancia que las palabras tienen no solamente en la vida cotidiana, sino también en general cuando hablamos a largo plazo de nuestras vidas, relaciones y del mundo que nos rodea.
Comunicar de la manera adecuada y fundar un diálogo con el prójimo con unas bases correctas es crucial para mejorar el mundo en el que vivimos: las palabras que pensamos y pronunciamos influencian la manera en la que percibimos la realidad y a las demás personas, y son el motor de nuestras acciones. También la conversación entre personas va mucho más allá de un simple intercambio de ideas: dialogar con conciencia es un proceso activo, que transforma la relación basándose en la confianza y el respeto recíprocos, enriqueciendo ambas partes.
A pesar de la simplicidad con la que un pequeño cambio en las modalidades de diálogo podría transformar las relaciones y la sociedad, la realidad odierna está llena de ejemplos de pésima comunicación, en los que la violencia toma el control y las palabras se usan como armas para despreciar, atacar y esconder los propios miedos; por ejemplo, es suficiente con pensar en las modalidades comunicativas utilizadas en las redes sociales, en donde el tono despectivo, agresivo y burlón es muy habitual. La comunicación incorrecta no es un proceso que ponemos en práctica por propia voluntad, sino más bien el fruto de lo que hemos aprendido creciendo: a menudo lo que se nos enseña es que existen vencedores y vencidos, que el más fuerte es el más agresivo y que mostrar necesidad es símbolo de debilidad. Así que, para esconder emociones negativas como la ansiedad, el miedo y la necesidad activamos una comunicación dirigida a mostrar quién es el más fuerte, dejando atrás sentimientos positivos y naturales como la empatía, el compañerismo y la interconexión.
Aunque es cierto que hoy en día todo esto es lo normal, también es verdad que afortunadamente existen técnicas para cambiar el proceso y mejorar nuestras habilidades comunicativas, y con ellas el tenor de nuestra vida y de nuestras relaciones. En concreto, el autor une las enseñanzas de tres disciplinas para delinear su técnica de cambio:
- el mindfulness de la tradición budista Theravada, que pone en primer plano la importancia de la presencia y la toma de conciencia;
- el sistema de comunicación no violenta ideado por el psicólogo estadounidense Marshall Rosenberg basado en la empatía entre personas;
- la teoría de la experiencia somática desarrollada por el Dr. Peter A. Levine, según la cual la regulación del sistema nervioso es un factor clave para la solución de los traumas.
De la unión de estas disciplinas nace una trayectoria dividida en tres fases que podemos utilizar para ejercitarnos en crear conversaciones positivas y de valor:
- liderar con presencia, es decir estar presentes y ser conscientes durante el diálogo;
- tener curiosidad e interés, es decir tener la intención de escuchar, conocer y entender al prójimo;
- concentrarse en lo que es realmente importante, manteniendo siempre la atención en los conceptos importantes.
A pesar de que estas tres frases puedan darse por sentado, el proceso de cambio en nuestras modalidades de comunicación es muy sencillo: a partir del momento en el que nacemos y luego durante toda nuestra vida, aprendemos y reforzamos las modalidades de comunicación incorrectas que ponemos en práctica actualmente, así que hacer borrón y cuenta nueva para cambiar es un proceso exigente. Sin embargo, tal y como hemos aprendido, también podemos volver atrás y cambiar las bases: se necesita tiempo, práctica y paciencia, pero el resultado es extraordinario.