Hoy en día, cuando hablamos del bitcóin, el rey de las criptomonedas, pensamos en intercambios de dinero en la red profunda y especulaciones complejas que realizan un círculo de personas con altos conocimientos tecnológicos. A esto se suman las conexiones con el Silicon Valley de Estados Unidos, las finanzas tecnológicas y las aplicaciones de intercambio, que a menudo se asocian con el robo de datos y el mercado negro. Sin embargo, cuando fue creado, el bitcóin era todo lo contrario. Los primeros personajes que crearon y desarrollaron la tecnología de las criptomonedas lo hicieron basándose en sus creencias fuertemente liberales, que querían romper con el control de los gobiernos y los bancos y sacar a la humanidad de la esclavitud de los impuestos a las transacciones monetarias nacionales e internacionales, y las respectivas y constantes violaciones a la privacidad. La idea básica era crear una moneda que utilizara tecnología digital para arrebatarles el poder a los bancos y las instituciones, lo mismo que hizo internet con el monopolio de la información. Una moneda que no tuviera que depender de ningún organismo centralizado, como un banco u organismo nacional, para ser validada y utilizada, y que permitiera a los usuarios realizar compras, ventas e intercambios, sin necesidad de ser identificados y monitoreados constantemente. Para los primeros creadores y usuarios del bitcóin, no se trataba de un simple cambio ligado al ámbito económico y financiero, sino de una revolución con el potencial para impactar en todos los ámbitos de la vida social y política de la humanidad.
Una moneda que se cambia libremente sin necesidad de una autoridad, que es validada por la comunidad de usuarios y que no requiere el uso de datos personales implica saltarse los estados que centralizan el poder y las empresas con intereses privados, e impedir que las finanzas puedan utilizarse como arma contra disidentes, librepensadores e indocumentados que estén por fuera de la sociedad. Bajo esta filosofía, Bitcoin se basó en el concepto de descentralización, a tal punto que incluso su creador no tenía el poder de hacer cambios en el programa, ya que, para permanecer activo, todo el sistema se basaba en las máquinas de los usuarios, por lo que solo se podía hacer una modificación si el 51 % de las computadoras estaba de acuerdo. Esto puede parecer arriesgado en una comunidad pequeña, pero el creador del bitcóin era muy consciente de que, en un grupo en crecimiento, sería un hecho positivo y terminaría equilibrando el poder a la hora de tomar decisiones. Desde el principio estuvo clara la importancia de la comunidad, incluso para el código, que se dejó completamente abierto para permitir que cualquiera lo utilizara y lo mejorara, y también que descubriera errores e informara de ellos.
La primera versión de bitcóin era fuertemente igualitaria, y se enfocaba en el espíritu común y las ideologías de la comunidad de usuarios y desarrolladores. Un proyecto casi utópico, lejos de lo que representa hoy para nuestra sociedad.