La mayoría de la gente está convencida de que cuando las personas son víctimas de eventos catastróficos, estas revelan los aspectos más oscuros de su personalidad y se dejan llevar por comportamientos prepotentes y desconsiderados. En realidad la verdad es al revés: a menudo, en las situaciones de emergencia se pueden observar grandes gestos de solidaridad y altruismo.
Con motivo del huracán Katrina, en agosto de 2005, se habló mucho de una terrible ola de violencia que golpeó la ciudad de Nueva Orleans: esta percepción no reflejaba de manera correcta lo que realmente ocurrió durante esos días. Exceptuando algunos episodios de saqueo que sí se llevaron a cabo, los ciudadanos se destacaron por su coraje, espíritu de sacrificio y amor al prójimo. Por ejemplo, formaron equipos de rescate y distribuyeron comida, ropa y medicinas allí en donde era posible.
Otro evento traumático que ha quedado bien grabado en la historia es el de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Gracias a algunos testimonios sabemos que la mayoría de los presentes dentro de las Torres Gemelas bajaron por las escaleras de manera ordenada y dieron precedencia a los bomberos y los heridos, aún sabiendo que estaban corriendo peligro.
A pesar de esto, se continúa pensando que los seres humanos, en situaciones extremas, actúan como bestias y están dispuestos a pasar por encima de los demás para defenderse a sí mismos. Es la llamada “teoría de la capa” que afirma que las personas esconden los peores instintos debajo de la capa superficial de sentido común y moralidad.
Esta visión negativa, entre otras cosas, es fruto del bombardeo constante de noticias que llegan diariamente y que nos hacen pensar que el mundo es un lugar horrible, poblado por individuos igual de horribles. En realidad, los datos demuestran que en las últimas décadas ha habido una disminución general de los homicidios, la mortalidad infantil, las guerras y la pobreza. Sin negar la gran cantidad de problemas que aún persisten, la tendencia es, sin duda, positiva.
Pero el problema se encuentra en ese fenómeno que los expertos llaman el sesgo de negatividad y que conduce a involucrarse más en los acontecimientos negativos. Es decir, somos más sensibles al mal que al bien. Es precisamente en este mecanismo que los medios de comunicación basan su incesante actividad: lo que es bueno también es aburrido y ordinario, así que para llamar la atención hacen más hincapié en el otro lado de la moneda, ya que atrae mucho más. El resultado es esa mirada sombría y cínica que se cierne sobre el mundo y sus habitantes.
Pero aún hay esperanza: si ponemos en duda algunas certezas adquiridas y ciertas maneras de pensar, descubriremos que en realidad no hay muchos motivos para ser pesimistas.