La Gran Muralla se extiende por casi 22.000 kilómetros en la frontera entre China y Mongolia. El territorio de China es inmenso, tiene cinco husos horarios diferentes y está habitado por 1.400 millones de personas que pertenecen a distintas etnias que hablan decenas de idiomas diferentes. Para lograr mantener unido a un pueblo tan heterogéneo, la estrategia siempre ha sido centralizar el poder y dividir el mundo en dos: el chino y el no-chino.
Con esta motivación, hace aproximadamente 2500 años, se construyó la Gran Muralla: una línea de demarcación entre el mundo civilizado (el chino) y el resto del planeta, considerado bárbaro y atrasado. Esta mentalidad ha sobrevivido a través de los siglos hasta llegar a la actualidad; en la mente de muchos ciudadanos de la República Popular China el mundo aún está dividido en estas dos partes.
Aunque la Gran Muralla es el símbolo de la conciencia nacional de China y ha contribuido a definir su identidad, las tensiones internas no están resueltas, con varios territorios que no están a favor del gobierno central en Pekín.
Actualmente, en China, la división más importante se presenta entre el campo y la ciudad, esencialmente entre ricos y pobres; la desigualdad de ingresos es una de las más altas del mundo y está creando divisiones cada vez más profundas.
Los dirigentes del partido comunista saben muy bien que la unidad y la estabilidad del país dependen de la capacidad de acortar las distancias entre los diferentes ingresos; para hacerlo, pensaron que la solución podría ser crear una población urbana consumista cada vez más numerosa. Ya que era imposible pensar que toda la producción china podía ser consumida por el mercado interno, el país se vio obligado a abrirse al comercio internacional.
Actualmente, la política de China se encuentra en una posición contradictoria: por una parte necesita abrirse al exterior para mantener su desarrollo económico, y por otra parte tiene que ejercitar un fuerte poder de control interno, impidiendo la libre circulación de información con el resto del mundo, alzando muros y barreras.
El Gran Cortafuegos puede considerarse como una versión digital de la Gran Muralla, que consiste en un sistema rígido de censura y control digital ejercitado por el gobierno central. De esta manera, Pekín quiere mantener el aislamiento del país y cortar de raíz a la oposición. La Gran Muralla digital intenta, en todas las maneras posibles, controlar el papel que internet puede tener en la desestabilización del sistema económico y social.