Para entender bien qué son las emociones tenemos que dar un paso atrás y darnos cuenta de que si como seres humanos hemos llegado hasta aquí es porque un mecanismo de supervivencia innato nos ha permitido continuar poblando el planeta.
Las mujeres y los hombres del pasado tuvieron que afrontar desafíos cotidianos que los ponían en riesgo de muerte; hoy en día, aunque la situación ha cambiado mucho, la manera de funcionar de nuestro cerebro se mantiene igual: está constantemente en busca de posibles peligros, siempre preparado para detectar todo lo que puede ir mal e ignorar todo lo que es positivo.
Antiguamente, ser rechazado por la propia tribu podía ser una amenaza para la supervivencia de la persona que había sido excluida; hoy, el miedo al rechazo nos causa dolor y sufrimiento, pero en realidad las consecuencias no son comparables a lo que le habría podido ocurrir a una mujer o un hombre del pasado.
Tenemos una tendencia natural a identificar todo aquello que es negativo y no sabemos distinguir las amenazas imaginarias de las reales. La verdad es que nuestro cerebro no fue programado para hacernos felices, sino para asegurarnos la supervivencia.
La dopamina es un neurotransmisor que activa los centros del placer; todo lo que nos aporta placer aumenta sus niveles y por ello nos provoca una sensación de satisfacción. Su función principal es asegurar la supervivencia, ya que nos instiga, por ejemplo, a alimentarnos y aparearnos, evitando que muramos de hambre y garantizando la continuidad de la especie.
Nuestra sociedad nos vende una versión de dopamina que al final nos hace infelices, porque nos convierte en personas dependientes. Los especialistas de marketing han entendido muy bien cómo funciona este mecanismo de la recompensa y el placer y lo utilizan para hacernos dependientes de las redes sociales, los dispositivos electrónicos o incluso la comida y los objetos materiales. Además, nuestra mente se acostumbra fácilmente a las nuevas condiciones, y por lo tanto el mito de “cuando tendré eso, seré feliz” es bastante ineficaz. Cuando hayamos logrado “eso” que en teoría nos tendría que haber regalado la felicidad eterna, rápidamente estaremos nuevamente insatisfechos y necesitaremos nuevos objetivos o experiencias para añadir a la lista de deseos. A largo plazo, no solo los eventos externos determinan nuestro grado de felicidad, sino también nuestra actitud hacia la vida que influencia nuestra capacidad para estar bien.