Desde pequeña, Amanda Palmer estaba segura de que quería ser una estrella de rock. Sin embargo debutó tarde en la industria discográfica: fundó su primer grupo, las Dresden Dolls, a los 25 años y publicó su primer disco a los 28. Pero antes de esto fue a la universidad, vivió un tiempo en Alemania y realizó muchos tipos de trabajos, desde los más típicos como camarera, hasta los más extremos como estríper. Pero sobre todo, durante aproximadamente cinco años fue artista callejera, exactamente hacía la “estatua viviente” vestida de novia, normalmente en Boston en la Harvard Square, pero también en otros países del mundo. Después de pasar algunos años inmóvil encima de una caja de leche con un sombrero a sus pies esperando que la gente que pasaba le diera un dólar a cambio de un momento de conexión humana, Amanda aprendió mucho sobre el arte de pedir, algo recurrente a lo largo de su vida. La esencia de casi todas las relaciones humanas reside en el acto de pedir, elemento básico de cualquier relación. Aunque no nos demos cuenta, todos nosotros construimos y mantenemos nuestras relaciones pidiéndonos implícitamente los unos a los otros: ¿me ayudas? ¿Puedo fiarme de ti? ¿O me vas a engañar? Pero sobre todo: ¿me amas? Por muy fundamental que sea el hecho de pedir para la existencia humana, todos tenemos dificultades para hacerlo: lo que nos bloquea es el miedo a ser vulnerables, a parecer débiles y que nos rechacen, o también el miedo a no merecer que nos ayuden. La posibilidad de recibir un no como respuesta tiene que estar implícita en el acto de pedir: si no concedemos a la otra persona esta posibilidad, en realidad no estamos pidiendo, sino que estamos mendigando o exigiendo. Quien consigue pedir sin vergüenza lo hace desde una posición de colaboración con los demás y no de competición. Pedir ayuda con vergüenza equivale a pedir limosna o suplicar e implica una posición de poder de la otra persona sobre nosotros. En cambio, pedir con delicadeza, esperándose un sí, implica sentirse en una posición de poder respecto a la otra persona. Pero cada vez que ocurre un juego de poder no puede existir un verdadero intercambio. Pedir ayuda con gratitud quiere decir reconocer que se tiene el poder para ayudarse mutuamente. El arte de pedir prevé gratitud y colaboración. Es un arte que puede aprenderse, estudiarse y perfeccionarse aunque fundamentalmente se base en la improvisación, ya que no existen unas reglas propiamente dichas. Por esto, las actuaciones como estatua viviente enseñaron mucho a Amanda Palmer: la relación entre un artista callejero y su público es diferente de la que existe entre un actor de escenario y un público que paga. En la calle hay un elemento mayor de riesgo y confianza: nadie compra un ticket de entrada, nadie escoge voluntariamente estar allí. Los artistas callejeros tienen éxito o fracasan en virtud de sus capacidades para crear un espectáculo y entretener a un público en circunstancias inesperadas. Como escribe Brené Brown en el libro “Daring Greatly”, la idea de que vulnerabilidad quiera decir debilidad es un mito peligroso de la sociedad contemporánea, que nos lleva a alejarnos los uno de los otros para protegernos y no sentirnos vulnerables, sintiendo al mismo tiempo desprecio por quien es menos capaz o está menos dispuesto a disimular sus sentimientos. Como estatua viviente, Amanda era increíblemente vulnerable, pero había logrado tener un poco de fe en el público de la calle, porque sentía que esas personas la habrían protegido instintivamente, y esta confianza abierta y radical en los demás, hacía que se convirtieran en sus aliados. Pedir es un acto de confianza, el verdadero riesgo es la elección de desconectarse y de tener miedo el uno del otro. La cultura contemporánea nos ha inculcado la idea de que pedir ayuda equivale a admitir que hemos fracasado, pero la verdad es que si observamos a las personas más potentes y admiradas del mundo identificaremos una característica común: detrás de grandes obras de arte, start-up de éxito y cambios revolucionarios siempre hay una historia de intercambio —monetario o no— con mecenas ocultos o peticiones explícitas y creativas de ayuda y apoyo. Cada artista o empresario de éxito tiene un mentor, un maestro o un mecenas que le ha prestado dinero u otros recursos tangibles o intangibles. ¡El mismo Steve Jobs probablemente tuvo que pedir a sus padres el permiso para usar su garaje antes de empezar su start-up!