El cerebro ha fascinado a estudiosos durante siglos, sorprende por sus infinitas funcionalidades biológicas y establece las condiciones para las preguntas básicas sobre la naturaleza de la vida, es en resumen el órgano más increíble del mundo animal. En concreto el cerebro humano está relacionado indisolublemente con la supervivencia de la especie a través de los milenios, gracias al desarrollo de un único resultado evolucionista, es decir la consciencia.
La investigación ha dado pasos enormes y actualmente los estudios más prometedores provienen del campo de la neurociencia. David Eagleman es uno de los máximos representantes de la disciplina, además de un gran divulgador, y está seguro de que la capacidad más representativa del órgano es la de adaptación. Su flexibilidad permite que los seres humanos estén profundamente influenciados por el ambiente que les rodea —en la manera de pensar, sentir, soñar, imaginar— y la misma materia cerebral cambia con extrema facilidad.
El crecimiento biológico del individuo explica precisamente este proceso. Desde el nacimiento, las células cerebrales empiezan a conectarse entre ellas a un ritmo espeluznante (millones de conexiones por segundo) hasta alcanzar el pico máximo a la edad de dos años. Con el paso del tiempo las conexiones, que se llaman sinapsis, se “podan”, es decir se eliminan, para hacer que el conjunto del sistema sea más funcional (un adulto presenta solamente la mitad de las sinapsis originales). Lo que queda es una articulada red de impulsos electroquímicos, seleccionada en base a lo que puede ser necesario para afrontar el mundo externo. En los primeros años de vida es especialmente importante el cuidado emotivo recibido ya que contribuye a crear un ambiente favorable al desarrollo, en los tiempos justos y con las respuestas fisiológicas correctas.
El siguiente gran salto se presenta durante la adolescencia, cuando entran en juego las hormonas que contribuyen a la creación de un sentido coherente de uno mismo y una forma de conciencia más profunda. El motivo del cambio reside en el área del cerebro llamada corteza prefrontal medial, que se desarrolla precisamente durante estos años y se activa con fuerza en las situaciones en las que hay una implicación emotiva. Es por esta razón que los adolescentes buscan interacciones sociales y corren riesgos mayores: porque están motivados por una naciente hipersensibilidad emotiva, que los impulsa a obtener recompensas biológicas pasando por el reconocimiento interpersonal.
Para el cerebro, la edad adulta empieza aproximadamente a los veinticinco años. En este punto el tejido celular está completamente formado. Sin embargo, lo que ha sobrevivido al proceso de filtrado aún puede transformarse basándose en las experiencias. El cambio puede ser de gran impacto y ocurre a partir de la realización de cualquier actividad. Por ejemplo, una investigación hecha basándose en los taxistas de Londres descubrió que estos conductores tienen un hipocampo más desarrollado de lo normal y evidenció que la memorización de cada calle, lugar de interés e itinerario de la ciudad es lo que les ha permitido desarrollar esta peculiaridad tan original (el hipocampo es la zona relacionada con la memoria espacial).