A cualquiera le gustaría ser el padre perfecto, y a menudo, cuando miramos a los demás, imaginamos a padres y madres ideales que pasan horas felices con sus hijos y que nunca tienen problemas. Hacemos todo lo posible para adherir a ese plan impecable, y cuanto más lo intentamos, más nos damos cuenta de que alcanzar esos estándares es imposible. Como padres, pasamos la mayor parte de nuestro tiempo en modo de "supervivencia", mientras tratamos de hacer frente a desafíos cada vez mayores y aparentemente interminables. Las situaciones agradables, aquellas en las que jugamos juntos y en paz, o bien que compartimos momentos de ternura, siempre nos parecen escasas. A pesar de todo esto, los autores quieren que los padres que se ven reflejados en esta descripción se sientan tranquilos. En pocas palabras, los padres perfectos no existen, y no solo eso. Los momentos de crecimiento, tanto para nuestros hijos como para nosotros mismos, no siempre son aquellos en los que reina la paz y la tranquilidad, sino todo lo contrario. De hecho, incluso en situaciones complicadas como peleas o malentendidos, podemos mejorar tanto la vida de nuestros hijos como la nuestra. Sin duda son situaciones difíciles, pero que pueden ser muy útiles para consolidar la relación con nuestros hijos. Los niños también pueden prosperar pasando por esos momentos, y no debemos pensar que las fricciones o las dificultades necesariamente son un síntoma de nuestro fracaso. Pensemos en las clásicas peleas entre hermanos: en lugar de separarlos y enviarlos a habitaciones diferentes, tratemos de calmar las aguas y hacerles entender que es importante respetar el punto de vista del otro. También podemos enseñarles a expresar lo que quieren de una forma más equilibrada, sin recurrir a gritos ni agresiones. Cuesta creer que esto puede ser así, sobre todo en situaciones tan acaloradas y tensas. Y dejemos algo en claro: no está mal separar a dos niños que están discutiendo. Lo que no debemos hacer es catalogar estos momentos como algo inútil y negativo. Todas las interacciones con nuestros hijos valen la pena, incluso las más problemáticas, pero para ello tenemos que hacer un esfuerzo por cambiar nuestra actitud.