En “El dilema del omnívoro”, Micheal Pollan intenta ahondar en la cuestión del origen y la proveniencia de los alimentos que comemos, y de cómo el cultivo, la transformación, el marketing y la distribución de esta comida influyen en nuestra salud, la de los animales y la del ambiente.
El libro es de gran ayuda para difundir información útil y hacer que se tome conciencia sobre estos temas además de que facilita alternativas válidas de pensamiento y acción y nos invita a reflexionar más sobre el tema.
El título además hace referencia a un gran dilema que la especie humana tuvo originalmente en la primera parte de su historia, es decir el decidir qué comer.
Ya que somos omnívoros y estamos biológicamente estructurados para poder digerir plantas, animales y hongos, tenemos de hecho una gran gama de opciones entre las que elegir, sobre todo si nos comparamos con otras especies que tienen solo una elección.
Al inicio, para los seres humanos, el decidir qué comer y qué descartar era una verdadera cuestión “existencial”, es decir que una mala elección podía fácilmente causar enfermedades o incluso la muerte. Históricamente, como especie hemos aprendido a diferenciar lo que es comestible a través de una serie de mecanismos como la memoria, la capacidad de reconocimiento, el instinto, el sentido del gusto, la cultura, los descubrimientos y la tradición.
Pero hacia el final de la segunda guerra mundial, nuestro sistema alimentario empezó a cambiar drásticamente, la tecnología tomó fuerza y cada vez más comida empezó a pasar a través de procesos industriales, con todas las consecuencias sobre nuestra salud, la de los animales y la del medio ambiente, de las que hablaremos en los próximos capítulos. Esta es la razón por la que hoy en día nos encontramos nuevamente delante a este mismo dilema primordial, aunque de una manera diferente.
Piensa en la última vez que fuiste al supermercado. ¿Cuántos pasillos había?, ¿cuántas repisas había en cada pasillo? y ¿cuántos productos diferentes en cada repisa?. Actualmente el problema de elegir qué comer deriva de una extrema sobreabundancia de opciones. Y aún más. También es posible comprar alimentos completamente fuera de temporada, en cualquier momento del año. ¿Se ha acabado la temporada de las mandarinas? Ningún problema, llegarán las importadas de Australia.
Hasta hace unos cien años, sabíamos exactamente de dónde venía nuestra comida, seguramente de un lugar agrícola cercano que cultivaba y criaba varias especies de plantas y animales, que luego se vendían a nivel local. Consistía en un sistema alimentario conectado con la propia tierra y que funcionaba en armonía con la naturaleza.
Al día de hoy, sobre todo a causa del aumento frenético y exponencial de la población, ese sistema se ha sustituido por una enorme máquina que produce productos en masa, gobernada por dinámicas de eficiencia, precio, mecanización y distribución. Una vez más, igual que en el pasado lejano, estamos confundidos y ansiosos ante la comida que tenemos delante, porque cada vez es más difícil entender de dónde viene y qué contiene en realidad.
La mayoría de las personas aceptaron esta situación durante algunas décadas, hasta que empezaron a surgir una multitud de complicaciones: contaminaciones alimentarias, catástrofes ambientales y problemas de salud como la obesidad, la diabetes o las enfermedades cardíacas están estrechamente relacionadas con el sistema actual. Esto nos llevó al surgimiento de un movimiento que pedía en voz alta comida ecológica, y que promovía la sostenibilidad de la producción, el abandono de los pesticidas y un incentivo hacia la elección de productos locales.
Además, nuestras incertidumbres se ven agravadas por los trucos de marketing, las dietas de última moda y los informes, a menudo contradictorios, de los medios de comunicación.
Para responder a la pregunta fundamental “¿Qué deberíamos comer?” e intentar resolver el “dilema del omnívoro”, Pollan fue a explorar directamente sobre el terreno tres cadenas diferentes de producción alimentaria: la industrial, la ecológica y la de cazadores recolectores. Lo hizo en el ecosistema específico de los Estados Unidos, pero las lecciones que podemos obtener son fundamentalmente válidas en todo el Planeta.
Finalmente, busca una comida para cada una de las cadenas productivas, después de haber analizado rigurosamente cada uno de sus ingredientes partiendo de sus orígenes y destacando sus características.