El origen de la vida tal como la conocemos hoy en día deriva de un único tipo de molécula, que en la era más primigenia del Planeta Tierra fue capaz de superar a todas las demás: la autorreplicante.
Como su nombre indica, esta partícula prevaleció sobre todas las demás porque, a diferencia de estas, era capaz de copiarse a sí misma y de reproducirse, por lo que rápidamente se convirtió en el tipo de molécula más extendido.
Sin embargo, a menudo se producían errores durante el proceso de replicación. Como resultado la nueva "copia" tenía diferencias con respecto a la fuente. A veces ocurría que estas diferencias producían mejoras. La nueva molécula tal vez podía reproducirse más rápido o de forma más sólida, y eso le daba una ligera ventaja sobre la autorreplicante que le había dado vida. En consecuencia, a largo plazo el nuevo tipo de molécula pasó a ser predominante, tal como sucedió cuando apareció la primera autorreplicante.
Hasta ahora hemos hablado del pasado, pero este mecanismo continúa hoy en día, porque es exactamente el mismo que subyace al fenómeno de la evolución, cuya teoría fue presentada por primera vez por Charles Darwin en 1858.
Con el paso del tiempo y el incremento del número de moléculas, una mayor cantidad de errores en las réplicas generaron nuevas propiedades más favorables y más adecuadas para la supervivencia y la proliferación. De esta manera la complejidad de los organismos creados aumentó hasta llegar a formar todas las especies que conocemos en la actualidad.
Por lo tanto, la evolución se produce a través de un mecanismo de supervivencia diferencial, en el que la comunidad de seres vivos con las características más adecuadas para prosperar acaba viviendo y reproduciéndose, mientras que las demás se extinguen.
Sin embargo, contrariamente a la creencia común, las unidades fundamentales sobre las que se basa el fenómeno evolutivo no son los organismos individuales en su conjunto, sino una parte infinitesimalmente menor: los genes. Un gen es un pequeño fragmento de ADN, que es la molécula copiadora fuente de toda vida en el mundo. En realidad es la macromolécula que contiene toda la información necesaria para el correcto desarrollo y funcionamiento de las células en la mayoría de los seres vivos.
Entonces, para simplificar, podemos decir que los organismos son el producto de una combinación específica de genes, que contienen características distintivas típicas y constantes. El alto grado de complejidad molecular que se ha logrado hoy en día hace que cada organismo sea único y distinto. Por el contrario, los genes pueden estar presentes en forma idéntica como réplicas, incluso en muchos cuerpos diferentes. Un ejemplo clásico es el color del cabello. Cada persona con un color de cabello determinado tiene una réplica del gen de ese color en sus células.
Y los genes, a diferencia de los organismos, son capaces de sobrevivir y seguir replicándose durante miles, incluso millones de años. Por lo tanto, este poder de cuasi inmortalidad, en combinación con la abundancia y la capacidad de autorreplicación, convierte al gen en el protagonista absoluto e indiscutible del fenómeno evolutivo.