Cuatro son las formas de sabiduría que ayudan a la humanidad a responder a la eterna pregunta de Aristóteles sobre cómo un ser humano debería gestionar su vida. Una de ellas es la narrativa, una fuente primaria de inspiración capaz de devolver el orden al caos de la existencia y de comprender los significados más recónditos de nuestra vida. Por lo tanto, las historias no son más que metáforas de la existencia humana, medios para la búsqueda de nuestra realidad personal —y a su vez universal—, herramientas indispensables para vivir con consciencia.
El arte cinematográfico se considera el medio expresivo dominante del arte narrativo. El hecho de que cada vez con más frecuencia se lancen al mercado películas mediocres o de mala calidad es simplemente la consecuencia de una carencia en la profesión de guionista. De hecho, muchos autores deciden emprender esta profesión sin preocuparse por tener las bases y sin estudiar la teoría ni los fundamentos de la profesión. Estos aspirantes a guionistas deciden lanzarse a un mundo que piensan que está a su alcance, contando solo con la experiencia de haber vivido algunas historias y haber visto cientos de películas. Pero este razonamiento no se mantiene en pie: sería como querer convertirse en compositor solo porque escuchamos música desde pequeños.
Un buen guionista solo tiene que escribir historias en las que cree, sin temor a parecer comercial. Precisamente, uno de los errores más grandes es ir en contra de las reglas básicas de las producciones de Hollywood solo por el gusto de sentirse artistas libres del yugo de la corriente principal. El resultado es una protesta llena de ira que no tiene nada que ver con el arte sino que más bien se parece a una rabieta de un niño que quiere llamar la atención. Una historia debe comunicar al público la visión sobre la vida que tiene quien la ha escrito porque es la reencarnación de las ideas, las pasiones y las reflexiones de su guionista. Si queremos saltarnos una regla es porque creemos en la ausencia de su significado y no porque está de moda ser “rebeldes”.