El hombre en busca de sentido

La experiencia de los campos de concentración sigue siendo una herida vergonzosa del siglo pasado. Ningún hombre o mujer, ya fuera joven, anciano o niño, al subir a aquellos trenes dirigidos a los campos de exterminio, podía imaginar el horror que vería y viviría. Lo que todavía impresiona, como si fuera siempre la primera vez, es la arquitectura perfecta y en función de un preciso plan de destrucción y aniquilamiento. Destinados a convertirse en números de una lista, con el número tatuado en el brazo como animales bajo el control humano, los prisioneros quizás vivieron la experiencia más trágica que el ser humano sea capaz de soportar. Una experiencia sin sentido, llena de sufrimiento.

Viktor Frankl, en aquel entonces ya psicólogo apreciado por Freud, fue deportado con su familia en 1942 . Al llegar, le tatuaron en el brazo el número 119.104.

A diferencia de muchos de sus compañeros que no sobrevivieron, Frankl logró salvarse aprovechando los numerosos conocimientos que tenía del alma humana. En secreto, pudo dar consejos y practicar como psicólogo en los campos de concentración. En el último período le permitieron trabajar como médico internado . Aquella terrible experiencia humana que iba más allá de los límites, de todos modos, se convirtió en su campo de investigación. Durante todo el tiempo de su cautiverio, Frankl siguió escribiendo notas en trozos de papel que lograba encontrar, recopilando datos y reflexiones. El hombre tiene que comprender cuál es la finalidad de su propia vida incluso en situaciones absurdas, para poder incluir en esta visión también el sufrimiento.

Después de su liberación, Frankl siguió trabajando como psiquiatra, intentó ayudar a los supervivientes con la Logoterapia, para que pudieran ver la belleza en un mundo psíquico devastado.