A todos nos ha sucedido alguna vez que hemos tenido una idea de producto o negocio nuevo, o simplemente de un proyecto futuro, y hablamos de ello con amigos y familiares para pedir consejos. Generalmente, la conversación se desarrolla de la siguiente manera: exponemos el plan que tenemos en mente y luego preguntamos si es una buena idea. Los demás responden que sí, que seguro que es una gran idea y tendrá éxito. De esta manera, nos creamos una expectativa y las palabras tranquilizadoras nos incitan a intentarlo, dándolo todo. Pero a menudo, los resultados son negativos o incluso desastrosos. De hecho en pocos meses podríamos encontrarnos con un proyecto que no despega y en el que hemos invertido todos nuestros ahorros. Podríamos pasar años persiguiendo una idea que no da frutos, cerrándonos la posibilidad de emprender otros caminos. Llegados a este momento, nos preguntamos qué es lo que no funcionó, y la verdad se encuentra precisamente en la manera en la que hemos obtenido las opiniones.
La tesis del autor es que ninguna madre nos dirá algo que pueda herir nuestros sentimientos, aunque luego, a largo plazo, podría volverse en nuestra contra. Esto es relevante sobre todo cuando queremos invertir dinero y hacer elecciones importantes a nivel profesional. Ninguna madre dirá a su hijo que nadie descargará la app en la que está trabajando, sino al contrario, lo motivará afirmando que ella sería la primera en utilizarla e incluso pagaría por ello. La experiencia nos enseña que no podemos tener en cuenta estas opiniones, porque aunque nos la den con buena fe, no tienen ningún sentido práctico ni visión de futuro.