Después de varios años de riqueza y bienestar —al menos en los países occidentales que no están controlados por dictadores o poderes absolutos— en las últimas décadas la corrupción lenta e inexorable del sistema financiero mundial se ha hecho cada vez más evidente.
Por un lado están las monedas en pérdida continua: incluso una moneda fuerte como el dólar, en los últimos veinte años ha perdido alrededor del 33% de su valor. En el caso de monedas menos seguras, como la grivna ucraniana o el peso dominicano, la pérdida ha llegado nada menos que al 70%. Básicamente, esto significa una pérdida constante y decisiva del valor de los ahorros de las familias: con el tiempo, el valor del trabajo duro de muchos años se va devaluando, dejando a los habitantes de las zonas menos ricas y afortunadas con un puñado de moscas en mano. Por el otro lado está el control cada vez más duro de los gobiernos, los bancos y las empresas sobre el destino financiero de las personas. Sobre todo en un mundo como el actual en donde la digitalización y virtualización de los pagos va en aumento, ya que los pagos digitales dejan un rastro de datos personales listos para ser recopilados por las administraciones e institutos bancarios. Mientras que en el pasado, gracias a la moneda física, era difícil registrar los movimientos de cada persona, hoy en día es mucho más sencillo y cada vez está más institucionalizado.
Estos grandes flujos de datos y las nuevas modalidades de fruición del dinero hacen que para los gobiernos sea aún más fácil controlar la situación financiera de los ciudadanos. Puede que esto no parezca un gran problema para los que viven en países democráticos, pero para los que viven en realidades políticas totalitarias la situación es muy diferente: en estos casos el problema del control de las finanzas de los ciudadanos —y también de sus datos, hábitos e ideologías— es enorme y grave, y puede provocar limitaciones importantes de la libertad personal. Los autores citan el ejemplo de una empresaria de Shangai, que en 2019 a causa de un mensaje que recibe de un amigo donde le admitía que fumaba marihuana, el gobierno le bloqueó a ella algunos servicios financieros, entre los cuales aquellos que permiten comprar billetes de avión o tren, además de disminuir su puntuación de acceso al crédito. Por culpa de un simple mensaje enviado por un amigo a una persona totalmente inocente, esta mujer se encontró con menos derechos básicos, como el de viajar. Esto es un ejemplo de la violación de los derechos humanos y del abuso de poder que ejercen los gobiernos locales a través del control de las comunicaciones en línea y el acceso a las finanzas de los individuos, unidos a una erosión de la privacidad cada vez más fuerte. En los casos más extremos, para algunas personas esta situación puede acabar con el congelamiento de cuentas bancarias y ahorros y la imposibilidad de acceso a los servicios financieros, simplemente por haber expresado una opinión contraria a la del gobierno.
Otro problema que los ciudadanos de los regímenes autoritarios sufren a nivel financiero es el bloqueo del cambio de divisa: países como China, Rusia, Argentina o Venezuela limitan o prohíben a los individuos la posibilidad de cambiar la moneda local a otras extranjeras, tal vez más fuertes y estables. Este problema se da sobre todo en economías víctimas de la inflación: como por ejemplo en Venezuela, en donde en el año 2018 tuvo lugar una ola de hiperinflación del 400.000% que puso de rodillas al mercado y a los ciudadanos. Estos últimos, que no podían cambiar su dinero por otras divisas porque el gobierno se lo prohibía, se vieron obligados a gastar inmediatamente el dinero recibido a cambio de su trabajo para comprar bienes de primera necesidad antes de que la moneda perdiera aún más valor.
Otro punto crítico de estos años es la inflación: prácticamente, cada gobierno puede imprimir más dinero cuando lo considere oportuno. Aunque generalmente esto es un factor positivo, por ejemplo cuando se necesitan infraestructuras en países con gobiernos pacíficos y estables, puede convertirse en un problema en caso de situaciones políticas inestables, porque de hecho cuando se imprime más dinero se devalúa la moneda local. Cuando la situación económica cae en manos de individuos corruptos y sin escrúpulos, la inflación afecta a todo el sistema económico provocando una pérdida de valor de la divisa y una caída del mercado y de las condiciones de vida de los ciudadanos.
Observando todos estos elementos, queda claro que el sistema financiero actual, junto a la progresiva digitalización de las divisas y los pagos, es en el mejor de los casos muy inestable. En el peor, podría tener consecuencias realmente desastrosas sobre la libertad individual, convirtiéndose en un instrumento de control en manos de los regímenes totalitarios. Esto es así porque en un mundo cada vez más conectado, los gobiernos tienen el interés de mantener el dinero local: cambiando este factor y haciendo una separación entre las naciones y las finanzas globales se puede devolver el poder a los ciudadanos, ayudando para que el mundo se convierta en un lugar más libre e igualitario para todos.