Empecemos con una palabra que parece complicada: cronobiología. En realidad, el significado de este término es bastante sencillo. La cronobiología se ocupa de nuestros ritmos biológicos, es decir, de los cambios que ocurren en nuestro cuerpo en un cierto período de tiempo. También se les llama ciclos circadianos; en resumen, es como si hubiera un reloj interno en nuestro cuerpo que regula el sueño, la digestión, el ritmo cardíaco e incluso el estado de ánimo. Nuestro ritmo biológico es un aspecto muy importante de nuestra vida, pero no le damos demasiada importancia. Estamos más enfocados en el cómo y el porqué, y no tanto en el cuándo.
Sin embargo, la dimensión temporal es fundamental: hay un momento más adecuado para hacer algo y otro menos adecuado, y esto varía de persona a persona.
Nuestra ignorancia sobre el tema es bastante sorprendente si consideramos que, durante cincuenta mil años, nuestros antepasados siguieron con precisión su reloj interno. Sus ritmos biológicos regulaban todas sus actividades: cazaban, recolectaban frutas, descansaban y socializaban en momentos específicos. Básicamente, seguían el curso del día: se levantaban con el sol, pasaban mucho tiempo al aire libre y luego, cuando oscurecía, se resguardaban. No llevaban una vida perfecta y tenían problemas, pero no les iba tan mal. Sin embargo, con la llegada del progreso tecnológico, las cosas comenzaron a empeorar. El reloj interno de los seres humanos fue boicoteado y manipulado. La luz eléctrica extendió las horas de luz, creando efectivamente un día interminable. Las personas empezaron a pasar menos tiempo al aire libre y más tiempo dentro de sus casas. La llegada de las computadoras, las tabletas y los teléfonos inteligentes complicó aún más la situación; nos permitió trabajar a cualquier hora, anulando una vez más la diferencia entre la noche y el día. En resumen, la tecnología, en muy poco tiempo, cambió nuestra tendencia natural a respetar nuestros ritmos internos. Y esto no es para nada positivo.