El mundo laboral en el que vivimos parece estar guiado por un principio fundamental, el de la maximización de la productividad y, por consiguiente, de las ganancias. Estamos rodeados de métodos que apuntan a lograr los máximos resultados con el mínimo esfuerzo e inversión.
Una de las consecuencias de este tipo de mentalidad es la creación de ambientes laborales tóxicos, donde todos, desde los empleados hasta los gerentes, están constantemente sujetos a altos niveles de estrés y descontento.
Ritmos estresantes, plazos imposibles de cumplir, demasiadas horas extras, estos son solamente algunos de los factores que contribuyen a hacer que el trabajo no solo sea inaceptable, sino incluso peligroso. Depresión, suicidios, ataques cardíacos, la lista es larga.
Abundan los estudios que demuestran el efecto del estrés en las personas, y sabemos cuáles pueden ser las consecuencias para aquellos que lo experimentan por largos períodos de tiempo. Pero lo que rara vez evaluamos es que todo esto tiene un enorme impacto también en la sociedad en la que vivimos, así como en las propias empresas.
Pero no tiene por qué ser así. Es posible imaginar un mundo en el que el trabajo no tenga que causar estrés y enfermedades, pero para lograr esta situación es necesario actuar colectivamente, de manera que el trabajo deje de ser motivo de riesgo de muerte.