El bosque es una fuente de aire limpio, agua pura y buen alimento y, al igual que otros ecosistemas, forma parte de ciclos mucho más amplios que incluyen la formación del suelo, la migración de especies y la circulación de los océanos. En los años 80, varios investigadores, incluido David Read, demostraron que las sustancias químicas pueden pasar de una planta a otra a través de las llamadas vías fúngicas, es decir, un revestimiento de células de hongos que se encuentran alrededor de las raíces de las plantas. Este es precisamente el punto de partida para la teoría de los árboles madre de Suzanne Simard, que considera a los bosques más como un sistema social que coopera y no tanto como un conjunto de árboles individuales que compiten entre sí.
Simard define un árbol madre como un árbol de cierta edad —y por ello también de gran tamaño— capaz de convertirse en un eje para la supervivencia de otros seres vivos gracias a un tipo concreto de asociación simbiótica denominada micorriza (término formado por la unión de los palabras griegas hongo y raíz). Excepto por los cuerpos fructíferos en la superficie, es decir, lo que comúnmente se conoce como hongos, ya que casi siempre se mueven sin llamar la atención en el suelo, en la madera en descomposición y en otras sustancias. Es aquí donde forman el micelio, es decir, un cuerpo formado por redes de finas células tubulares. Muchos hongos viven en simbiosis con las raíces de las plantas formando lo que se denomina micorrizas. Las micorrizas relacionan las plantas con los hongos en una vasta red de conexiones fundamentales para la nutrición de las plantas, la composición del suelo y la comunicación entre estos seres vivos. Hay varios tipos de micorrizas, como las de los hongos ectomicorrízicos que están asociados con las especies de árboles de los bosques templados como abetos, pinos, hayas, robles y arces.