No es fácil definir qué se entiende por resistencia, ya que es tanto física como psicológica. Muchos estudios de fisiología que se realizaron en el siglo XX sobre este tema llegaron a una conclusión en común: al igual que un automóvil, que tiene el acelerador atascado, sigue andando hasta que se le acaba la gasolina o se quema el radiador, una persona continúa esforzándose hasta que algo se rompe. Al principio, los investigadores se concentraron principalmente en comprender el VO2 máx, que es la cantidad máxima de oxígeno que puede utilizar el cuerpo durante el ejercicio intenso. Un valor alto de VO2 máx indica que el corazón, los pulmones y los músculos están trabajando intensamente para suministrar oxígeno a los tejidos musculares, y así garantizar un mejor rendimiento. Otro aspecto en el que se concentraron los investigadores para definir la resistencia física es el umbral de lactato, también llamado umbral anaeróbico. Este término se usa para describir el punto en el que el cuerpo comienza a producir ácido láctico más rápido de lo que puede eliminarlo.
Sin embargo, la situación cambió con la aparición de técnicas nuevas y sofisticadas para medir y manipular el cerebro. De esta forma, se vio que la resistencia humana también depende en gran medida de cómo el cerebro interpreta las señales de peligro que le envía el cuerpo. El cerebro desempeña una importante función reguladora, porque evita que el esfuerzo excesivo nos lleve a la muerte.
La expedición al límite de Henry Worsley es un gran ejemplo de que las cosas pueden salir realmente mal si el cerebro deja de hacer este trabajo. En 2015, el ex oficial del ejército británico decidió cruzar la Antártida a pie, en solitario, con el objetivo de completar la misma ruta que había recorrido el gran explorador Ernest Shackleton. Después de 56 días de caminata, un cuadro de indigestión le impidió dormir. Al día siguiente, en lugar de guardar reposo, Worsley decidió continuar con el viaje como estaba previsto, y realizar el ascenso al Titan Dome, un domo de hielo de 3 100 metros de altura. Worsley no se preocupó mucho por su estado físico. Sabía que, si estaba en peligro, podía pedir ayuda con un teléfono satelital y recuperarse en pocas horas. Sin embargo, esta certeza resultó ser fatal, porque le llevó a subestimar los límites de su cuerpo. Worsley estaba cada vez más exhausto, pero decidido a lograr su objetivo, por lo que siguió caminando durante una semana, antes de rendirse a poco menos de 50 kilómetros de la meta. Luego de que lo trasladaran al hospital de Punta Arenas, en Chile, los médicos le diagnosticaron peritonitis bacteriana y una infección abdominal, que lo llevaría a la muerte a los pocos días. Su cuerpo estaba demasiado débil para reaccionar.