En Silicon Valley aman contar historias de ideas surgidas como por arte de magia en un momento de inspiración. Esto no funciona así, y Netflix es la prueba. La idea no llegó de golpe, en un momento de inspiración divina; no llegó ya hecha, lista para hacerse realidad, como una visión clara y precisa. La verdad es que por cada buena idea hay al menos mil que no valen nada, y a menudo es difícil distinguirlas porque hace falta tiempo.
En 1997, Marc Randolph tenía en la mente solo dos cosas: establecerse por cuenta propia y vender algo a través de internet. Puede parecer raro que una de las dos empresas de entretenimiento más grandes del mundo sea fruto de estos dos deseos, pero así fue: la aventura comenzó a partir de la idea de vender por internet champús personalizados y terminó con el nacimiento de Netflix. El nacimiento extraordinario de una idea no es más que el viaje desde el sueño hasta la realidad. Un sueño que comienza con dos amigos en un coche mientras van al trabajo, cuando intercambian cientos de ideas destinadas a no funcionar, y que termina con la creación de una empresa que cotiza en bolsa.
Es mejor desconfiar de quien hable de “inspiración”: las mejores ideas no nacen de forma improvisada, sino que se insinúan lentamente, poco a poco, en complicidad con el tiempo. Y, de hecho, a menudo aparece una buena idea tras meses de estar llamando a la puerta de tu imaginación.