Nuestro carnet de identidad proporciona algunas informaciones sobre nosotros; nuestra carrera da a entender algo sobre quienes somos y los éxitos que hemos obtenido en la vida; nosotros mismos explicamos quiénes somos a los demás y, a su vez, los demás se hacen una idea de lo que somos para ellos. Pero todo esto no es suficiente para identificarnos, no es esto lo que representa quiénes somos realmente: la esencia más profunda de cada uno de nosotros se identifica simplemente con la manera en que amamos a las personas.
No parece suficiente, y tenemos la tentación de pensar que hay algo más; pero no, el amor que damos a los demás es todo lo que necesitamos para crear nuestra identidad.
Una vez que hayamos entendido esto, es fácil pensar que, al final, somos buenas personas: todos nosotros somos perfectamente capaces de amar a las personas amables, humildes y que a su vez también nos aman; ¿quién no podría? amar a las personas que son fáciles de amar nos hace pensar que, en general, somos buenos amando.
Sin embargo, no es tan simple; nos damos cuenta de que, en realidad, tendemos a evitar a las personas que son más difíciles de amar: las que no entendemos, que viven de manera diferente a la nuestra y que, tal vez por estos motivos, nos asustan. Pero como Jesús dijo a sus discípulos, es fundamental que amemos a todos, siempre; para hacerlo, tenemos que empezar precisamente por las personas que más nos asustan. ¿Cómo podemos hacerlo?
Además de la capacidad de discernimiento, tenemos cualidades esenciales que deberíamos aprender a utilizar más frecuentemente en nuestro día a día: el amor, la comprensión, la amabilidad o la habilidad de perdonar, por ejemplo.
Todos tenemos la tendencia a pensar que, al final de nuestros días, nos recordarán por el tipo de personas que hemos frecuentado, los temas sociales con las que nos identificamos, nuestras opiniones y la fe que tuvimos; la verdad es que, lo más seguro es que nos recuerden realmente solo en la medida que habremos dado amor a los demás. En el fondo, amarnos los unos a los otros es el verdadero motivo de nuestra existencia, y es la manera en que deberíamos seguir adelante con nuestras vidas hasta el final. Solo de esta manera lograremos transformarnos en puro amor: de hecho, el amor no es algo que nos sucede, sino algo en lo que nos convertimos.