La humanidad es extraordinaria: hasta hoy en día y durante milenios ha conseguido construir grandes historias y proyectos, instituciones y organizaciones globales. Esta máquina perfecta de coincidencias y consecuencias puede considerarse como un juego sin fin, es decir el juego de la humanidad. Como tal, puede afrontarse siguiendo reglas positivas, que tienen como objetivo el desarrollo de la dignidad y el bienestar para todos, o siguiendo reglas individuales que proporcionan beneficios y bienestar a unos pocos por encima de todos los demás. Existen innumerables ejemplos del primer caso, es suficiente con pensar en la medicina y en los movimientos para el reconocimiento de los derechos humanos. Sin embargo, actualmente existen muchos casos del segundo tipo de juego: algunos de nosotros hemos decidido jugar siguiendo reglas muy individualistas y de una manera muy agresiva.
La base para que esto suceda es la desigualdad radical que se encuentra en los fundamentos de nuestra sociedad: a causa de la división cada vez más extrema entre ricos y pobres, y de la acumulación de riqueza y poder en manos de unos pocos, hoy en día solo un pequeño porcentaje de personas toman decisiones teniendo en cuenta únicamente sus propios intereses, sin pensar en los del resto del planeta. Y desafortunadamente, lo hacen a la ligera.
No es la primera vez que el mundo se encuentra delante de una situación similar. Sin embargo, actualmente hay dos factores adicionales respecto al pasado que no pueden ignorarse: el estado de salud de nuestro planeta, que se deteriora rápidamente, y la velocidad con la que nuestras acciones, reforzadas por las nuevas tecnologías, impactan e influencian sobre todo el planeta.
Por primera vez, el juego humano parece estar en riesgo: si no cambiamos de dirección y tomamos medidas, podríamos estar asistiendo a nuestra última partida.