Supongamos que estamos en el mercado del pueblo negociando con el vendedor el precio de un artículo que nos interesa . Estamos a punto de cerrar el trato cuando, de repente, alguien corre hacia el mostrador, le arrebata de sus manos el artículo al vendedor y esta persona nos lo vende a un precio un poco más alto y al final, se queda con la diferencia. Este es un ejemplo simplificado de lo que sucede cuando se opera en los mercados financieros miles de veces al día en forma de negociaciones de alta frecuencia, que también son conocidas por sus siglas en inglés HFT (High Frequency Trading).
En este libro, Michael Lewis habla con tono crítico sobre esta negociación algorítmica, y hace hincapié en las historias de Brad Katsuyama, un exejecutivo del Royal Bank of Canada, que libró una verdadera batalla contra la negociación semiautomática de alta frecuencia. Antes de continuar, cabe señalar que algunos de los conocedores de la industria encuentran bastante polémico este libro y no están de acuerdo con el punto de vista del autor, porque consideran que las negociaciones de alta frecuencia son legales.
En 1987, el mercado de valores de Estados Unidos colapsó de repente, hecho que tomó a todos por sorpresa, incluyendo a los de Wall Street. Nadie lo había previsto ni podía explicarlo. Tras el colapso, se promulgaron una serie de ajustes regulatorios, algunos de los cuales facilitaron la transición de las operaciones comerciales llevadas a cabo solo por humanos, más propensos a cometer errores y fallar, hacia una gestión de las operaciones con la ayuda de computadoras. Esta tendencia continuó en las siguientes décadas de manera cada vez más marcada, y lamentablemente, para cada regulación de mercado siempre existe alguna falla o laguna que da lugar a nuevas injusticias en el sistema.
Unos años antes, en 1978, Bradley Katsuyama había nacido en Markham, Canadá. Era un niño muy despierto, inteligente y superdotado. Se graduó de la Universidad Laurier en Waterloo, Ontario, y asistió a la Lazaridis School of Business and Economics. Durante toda su vida, el canadiense priorizó la adaptación y su moral por sobre sus ambiciones. En lugar de asistir a un colegio para niños superdotados, se quedó en el que iban sus amigos. En lugar de ir a las mejores universidades, se matriculó en la universidad Laurier para no separarse de su novia, y estos son solo algunos ejemplos de la clase de persona que era y sigue siendo.
Después de graduarse, comenzó a negociar acciones en el Royal Bank of Canada (RBC). Gracias a sus brillantes resultados fue ascendido a gerente de la sección de negociación de ventas electrónicas de acciones de RBC y se mudó a Nueva York. El tiempo siguió pasando y poco a poco Katsuyama comenzó a notar irregularidades que afectaban su trabajo hasta después de 2007, cuando ya no pudo comprar ni vender acciones a los precios exactos que aparecían en las pantallas de su computadora. Los precios cambiaban en el momento en que trataban de hacer las operaciones.
La frecuencia con que se daban estas diferencias entre el precio de la orden y el precio de compra era muy alta, y esto excluía la posibilidad de que las noticias del mercado pudieran influir en tales fluctuaciones. Esta situación planteaba (y plantea) un gran problema: si los precios son tan inestables, resulta muy complicado realizar una evaluación de riesgo a corto plazo para este tipo de operaciones.
Era como si alguien se estuviera aprovechando de las órdenes bursátiles que llegaban en momentos levemente diferentes a las bolsas de valores para anticiparse a las órdenes y beneficiarse de la diferencia, pero esto era humanamente imposible. Finalmente, luego de la última prueba, su equipo obtuvo la confirmación de esta situación. Katsuyama presionó un botón en su computadora y envió la misma orden a varios mercados, y puesto que estaban en distintos lugares, la señal electrónica llegó a destino en diferentes momentos. El margen era de unos milisegundos, pero, misteriosamente, algunos accionistas lograron recoger las órdenes de Katsuyama para acciones específicas, y de alguna manera lograron vencerlo en toda una serie de órdenes gracias a esa ligera diferencia. Una vez más, el resultado fue que la orden del canadiense se procesó a un precio superior al que aparecía en pantalla cuando había pulsado el botón. Todavía no se sabía bien qué era, pero oficialmente había algo que funcionaba mal.