Cuando vamos de compras a un supermercado tenemos muchas opciones. Hay una infinidad de estantes con productos con etiquetas atractivas, muchos de los cuales muestran imágenes de agricultores, granjas y animales felices. Cuando ponemos los productos en el carrito, estamos casi seguros de que son alimentos en regla, saludables y genuinos. Sin embargo, no siempre es así. Los autores del documental Food Inc. descubrieron, por las malas, que la realidad puede ser muy diferente. Los alimentos que tienen etiquetas con imágenes que aluden a una producción tradicional y casi bucólica suelen provenir de industrias, que como tales procesan las frutas, verduras y carnes como productos de consumo masivo, para tratar de abaratar al máximo los costos. Por ello, a veces son procesados con métodos poco ortodoxos, lo cual puede presentar un sinfín de problemas. Primero, la presencia de un número cada vez más limitado de grandes empresas concentra en pocas manos el poder de producción de alimentos, que es un bien primario para toda la humanidad. Por esta razón, es sumamente difícil saber de dónde vienen los alimentos que llevamos a la mesa. La variedad de productos que vemos en el supermercado es una ilusión, ya que en realidad las marcas que compramos siempre las producen las mismas empresas, con los mismos métodos.
Además, si quisiéramos saber cómo se obtienen los productos (como trataron de hacer los autores del documental), por ejemplo yendo a la empresa para ver cuán genuinos son los métodos de producción, nos encontraríamos con un muro de silencio y hostilidad. Durante el rodaje, ninguna de las principales empresas productoras de alimentos autorizó a los autores a acceder a sus instalaciones, y todos los productores externos fueron silenciados.
Los puntos más críticos tienen que ver con el costo de los alimentos. Actualmente, en Estados Unidos los consumidores compran alimentos a precios muy bajos, comparables con los de los años 70. Este factor, que a primera vista puede parecer positivo, en realidad oculta un mundo de problemas sociales y medioambientales que avergonzarían incluso a los consumidores menos conscientes. Para mantener bajos los costos de los alimentos (tendencia que se inició con la comida rápida y que también repercutió en los supermercados y restaurantes tradicionales) por un lado hay que bajar la calidad de la materia prima, lo cual incluye producir en masa, mantener a los animales en condiciones extremadamente duras e insalubres, y el uso extensivo de pesticidas y otros aditivos químicos en frutas y verduras. Por otro lado, el ahorro se obtiene abaratando los costos laborales, y quienes pagan las consecuencias de esto son los que trabajan en toda la cadena productiva de alimentos, que muchas veces son inmigrantes sin derechos y con salarios miserables, los cuales sufren el bajo precio de los alimentos con su salud y su propia vida. Por lo tanto, este problema también afecta al medio ambiente, el respeto por los animales y el bienestar social de todo un segmento de la población mundial que es explotado porque es más vulnerable. Además, el costo de la comida también es relativo, porque pareciera ser bajo, pero no lo es. La compra de alimentos poco saludables a precios irrisorios en realidad tiene un costo muy alto: los gastos médicos que los ciudadanos se ven obligados a pagar por los problemas causados por la comida chatarra.