Cuántas veces escuchamos decir que el tiempo es algo que hay que conquistar, moldear, atrapar. Sin duda es un tema ambiguo. Muchos estudiosos han abordado el tema del tiempo desde diferentes puntos de vista, y en la mayoría de los casos se lo asocia con una cuestión de desempeño.
De hecho, por lo general la gestión del tiempo no es más que una planificación cuidadosa y detallada de las actividades a realizar. Hay libros que dan consejos y seminarios que proponen técnicas y ejercicios para mejorar este desempeño. La gestión del tiempo está estrechamente relacionada con las acciones que se deben llevar a cabo para lograr un objetivo.
Sin embargo, para el autor, el verdadero problema radica en el hecho de que tendemos a ver el tiempo como si fuera infinito. Creemos que podemos posponer indefinidamente cosas que nos gustaría o deberíamos hacer. En consecuencia, terminamos adaptándonos a estar haciendo cosas todo el tiempo, lo que condiciona nuestros gestos, pensamientos y deseos. Pero es todo lo contrario: el tiempo es una entidad finita y limitada.
Pensemos, por ejemplo, que la propia vida de una persona está destinada a terminar algún día. Para demostrar esto, Burkeman hizo un cálculo, y descubrió que una persona que vive un promedio de 80 años tiene a su disposición 4 000 semanas. Esta cifra nos remite de inmediato a un círculo finito, un límite más allá del cual no podemos ir.
Por eso, para el autor, la clave está en tomar consciencia de que no tenemos tiempo suficiente para hacer todo lo que nos gustaría hacer. De hecho, lo que termina ocurriendo en la realidad es que no logramos hacer todo.
Por un lado, están las expectativas que impone la sociedad, y por el otro, las que cada uno tiene sobre sí mismo, en consecuencia terminamos con una cantidad excesiva de cosas por hacer y tareas por completar. Luego, cuando nos vemos en la situación de tener que resignarnos al hecho de que no lo lograremos, que llegaremos tarde y que estamos detrás del tiempo que tanto nos esforzamos por controlar, entonces nos desmoralizamos. Tenemos que hacer demasiadas cosas, y a la vez, sentimos que no disponemos de suficiente tiempo, y eso nos genera estrés.
Sin embargo, según los gurúes de la gestión del tiempo, las listas de tareas pendientes serían suficientes para ayudarnos a establecer prioridades y seguir adelante, como si el único propósito de la vida fuera tachar los objetivos que anotamos en un papel.
Burkeman se aleja de este método y propone una visión definitivamente más realista.
Si reflexionamos y tomamos consciencia de que disponemos de una cantidad finita de tiempo, entonces todo adquirirá un significado diferente y más profundo. Podríamos poner el ejemplo de los pacientes terminales, que cambian su forma de ver la vida luego de saber que están a punto de morir. Si bien es un ejemplo extremo, la idea de fondo es la misma.
Si una persona sabe que dispone de tiempo limitado, entonces elegirá cuidadosamente sus actividades. Alguien que sabe que cuenta con poco tiempo abandonará el enfoque de la lista de tareas y solo se enfocará en hacer lo necesario.
Después de todo, no podemos pretender hacer todo lo que nos gustaría. Incluso si alguien demuestra que está preparado para hacer muchas cosas al mismo tiempo, probablemente no las hará todas bien y, en consecuencia, terminará sintiéndose incapaz y desmotivado.
Además, esa persona lo mismo podría sentirse culpable con una lista de tareas. Y mientras más larga sea la lista, menos tiempo tendrá a disposición y sentirá un mayor peso por las cosas sin hacer, que en su mente se convertirán en una promesa sin cumplir, o en una amarga decepción.
Hay una gran presión, tanto a nivel externo como interno, que se expresa a través de una voz sutil, que nos susurra “tienes que hacer más. Estás perdiendo el tiempo. Tienes que hacerlo ahora. Hazlo ahora así en el futuro serás alguien". Este es el enfoque que nos lleva por mal camino, porque alimenta un estado de ansiedad del tipo “tengo que hacer esto, pero no tengo tiempo", lo que acarrea graves consecuencias para nuestra autoestima y objetivos.