En lo que generalmente llamamos Occidente (Estados Unidos, Canadá y Europa) y en muchas de las sociedades que se formaron después de una colonización blanca (por ejemplo Australia, Nueva Zelanda o Sudáfrica) existe un patrón común que divide la sociedad a nivel racial, de manera que los blancos se encuentran en un pedestal y a todos los demás se les considera seres inferiores. Desde un punto de vista biológico, las razas no existen, pero la construcción social de la raza define nuestras vidas de manera sustancial. Por ejemplo, del color de la piel depende la esperanza de vida, la posibilidad de acceder a los servicios de salud, la escuela a la que podremos asistir, la ciudad o el barrio donde viviremos, el trabajo y el salario.
La principal consecuencia de esta hegemonía blanca es que los blancos nunca han tenido que iniciar una resistencia racial porque la condición de nacer blancos conlleva automáticamente a gozar de ciertos privilegios (incluso de manera inconsciente) que ahora se dan por sentados. Sin embargo, la desventaja de esta condición es la extrema fragilidad que tienen los blancos cuando se trata de enfrentar problemas raciales. Cuando una persona blanca se ve obligada a entablar una conversación sobre estos temas, automáticamente entra en un modo defensivo y reacciona a la retroalimentación con resentimiento, ira, culpa y se cierra hasta que decide abandonar el diálogo. Sin embargo, no debemos interpretar esta fragilidad blanca como una debilidad. Estas reacciones solo sirven para restablecer el estado de las cosas, en el que los blancos ocupan la posición más alta en la jerarquía social. Por lo tanto, la fragilidad blanca no es más que un medio poderoso para controlar a los demás, defender los privilegios y perpetuar el racismo, incluso sin saberlo.
Pensemos, por ejemplo, en los blancos progresistas o en aquellas personas que se definen a sí mismas como tolerantes, de mente amplia, absolutamente ajenas a cualquier forma de racismo y orgullosas de ser amigas de personas de color. Precisamente por estas certezas indestructibles los blancos progresistas son los principales rehenes de la fragilidad blanca, y a pesar de sus intenciones, también son los máximos responsables de que el racismo sobreviva, porque están firmemente convencidos de sus falsas certezas y no hacen nada por comprender la verdad ni cambiar la situación. Para una persona blanca, aceptar el racismo como un elemento intrínseco de su personalidad porque el sistema en el que nació se lo impone (un sistema que perpetúa el racismo de generación en generación) es el primer paso para combatirlo realmente.