Ningún niño es malo, aunque, obviamente, el mal comportamiento existe, y es un claro indicio de que nuestro hijo está luchando contra algo. Como padres, nuestro trabajo es comprender qué lo causa, ya que, si entendemos su comportamiento, podremos conocerlo mejor, aprender qué necesita y descubrir qué habilidades le faltan para gestionar las dificultades con las que se topará en la vida. Por lo tanto, debemos dejar de preguntar “¿qué le pasa al niño” y empezar a preguntarnos “¿contra qué está luchando mi hijo? ¿Cómo puedo ayudarlo?”. Este cambio de perspectiva puede resultar difícil y agotador, pero es necesario.
La conducta es la expresión de una necesidad, no de la identidad del niño. En lugar de avergonzar a nuestros hijos por sus defectos y hacerlos sentir invisibles y solos, podemos ayudarlos a acceder a su bondad interior y, en el camino, mejorar su comportamiento.
Muchas de las guías para padres que existen en el mercado brindan consejos para controlar a los niños, en lugar de confiar en ellos. Si ante un comportamiento inadecuado nos limitamos a enojarnos, castigar y rechazar, demostraremos que no creemos que lo que le molesta a nuestro hijo pueda ser gestionado, con lo que, como padres, nos estaremos exponiendo al peor de los fracasos. Todo niño quiere ser guiado por el camino correcto, ya que esto le hace sentirse seguro y le permite encontrar la calma necesaria para controlar sus emociones y lograr la resiliencia, habilidades que debemos cultivar y apoyar durante el crecimiento.