Vivimos en una época en la que la tecnología nos acompaña durante todo el día, desde la alarma del despertador hasta la última revisión de las redes sociales antes de ir a la cama. Un impulso nos empuja a mirar el móvil cada vez que escuchamos el sonido de una notificación. Leemos los contenidos de Facebook o Instagram incluso si estamos haciendo cola en el supermercado. Ahora tenemos cierta adicción y hábitos que, hace diez años, nos parecían una locura. ¿Cómo ocurrió este cambio? En primer lugar, hay que comprender qué es un hábito: según los psicólogos, la palabra hábito define una "conducta automática estimulada por una señal situacional", es decir, una acción que realizamos automáticamente en ciertas circunstancias.
Quien crea un producto tiene que preguntarse: ¿qué puedo hacer para que mis usuarios sigan utilizándolo? La respuesta es sencilla: idear un producto que forme un hábito. Para hacerlo, es necesario entender el mecanismo que induce al usuario a utilizar repetidamente un producto o servicio. Para crear un hábito, hay que guiar nuestro usuario a través de una serie de pasos: cuanto más estos se repitan, más formarán un hábito.
Estos pasos dirigen cualquier comportamiento arraigado en nuestra mente y son cuatro: disparador, acción, recompensa variable e inversión.
El disparador es la señal que fomenta la acción, y puede ser interno y externo. La acción es lo que solemos hacer con la esperanza de recibir un premio. La recompensa variable es lo que crea el deseo en el usuario. La inversión es todo lo que el usuario invierte – dinero, tiempo, esfuerzo – y que garantiza la repetición del ciclo en el futuro.