Una definición simple de inteligencia es la capacidad de alcanzar el propio objetivo a través de la interacción con el entorno en el que uno se encuentra. En este caso, incluso un organismo tan simple como la Escherichia coli puede considerarse inteligente, aunque no tenga un cerebro. Para comprender qué es la inteligencia, debemos profundizar más. Desde la antigua Grecia, el concepto de inteligencia ha estado relacionado con la capacidad de percibir, razonar y actuar con éxito. Sin embargo, a menudo se ha subestimado el problema de la incertidumbre.
En este sentido, entra en juego la utilidad, es decir, la propiedad de ser útil o ventajoso para alguien. El matemático Daniel Bernoulli introdujo este concepto matemático para explicar el comportamiento humano. La utilidad es una propiedad invisible que se deduce de las preferencias de un individuo. En resumen, un ser racional actúa maximizando la utilidad esperada. Este concepto, a pesar de las críticas que ha recibido, funciona, pero solo a nivel individual. Cuando varios seres inteligentes trabajan juntos, la situación se complica y entran en juego otros factores, como la capacidad de colaborar y comunicarse entre las partes involucradas.
La definición de inteligencia que se centra en el comportamiento racional también se aplica a la inteligencia artificial. Y por lo tanto también sus complejidades. Teniendo en cuenta lo que percibe, una máquina es inteligente en la medida en que es probable que llegue al resultado deseado a través de lo que hace.
Muchas personas consideran que el cerebro humano es el objeto más complejo del universo. Hoy en día, sabemos muchas cosas sobre la bioquímica de sus estructuras anatómicas, pero el nivel cognitivo del cerebro humano sigue siendo en gran parte desconocido. Todavía no sabemos en detalle cómo ocurren algunas funciones propias de los seres humanos, como aprender, recordar, razonar, conocer, tomar decisiones, y así sucesivamente. Sin embargo, hay un aspecto cognitivo importante que estamos recién empezando a comprender. Se trata del sistema de recompensa, un sistema de señalización interno que, gracias a la dopamina, conecta el comportamiento con los estímulos positivos y negativos. Los organismos más eficaces en la búsqueda de recompensas, tales como obtener alimentos, evitar el dolor o encontrar una pareja, tienen una mayor probabilidad de transmitir sus genes. Dada la dificultad de decidir qué acciones son las que garantizan la transmisión a largo plazo del propio paquete genético, la evolución nos ha dotado de señales internas automáticas. Sin embargo, estas señales no siempre son perfectas. De hecho, hay formas de obtener una recompensa que tienden a reducir la probabilidad de que los propios genes se propaguen. Las drogas son un ejemplo. Una de las razones por las que comprendemos el sistema de recompensa del cerebro humano es su similitud con el método de aprendizaje por refuerzo, propio de la inteligencia artificial.
A lo largo de la evolución, también hemos desarrollado la capacidad de aprender. El aprendizaje no solo ha demostrado ser una estrategia de supervivencia útil, sino también un atajo evolutivo poderoso.