Cuando hablamos del Imperio Otomano, nos referimos a un imperio multiétnico y multireligioso que abarcaba un área muy vasta, que iba desde Argel hasta La Meca y desde Bagdad hasta Belgrado. Era lo suficientemente grande para comprender diferentes países, culturas, idiomas, costumbres y tradiciones.
Surgió alrededor del siglo XIV a partir de una dinastía otomana que había fundado un estado entre la actual Turquía y los Balcanes, y se estableció en Constantinopla. El sultán Mehmed II Fatih, también conocido como el conquistador, eligió la ciudad de Constantinopla como sede del nuevo imperio, que en ese entonces era la capital del Imperio Romano de Oriente.
Los sultanes otomanos descendían de los nómadas de las estepas, por lo que luego de llegar a Constantinopla construyeron una fortaleza en lugar de un palacio. Entonces, no sería casual la conexión con el símbolo de poder de los otomanos, una cola de caballo como la que los jefes de tribus nómadas colocaban frente a sus tiendas. También su forma de luchar se remonta a sus orígenes nómadas, ya que luchaban de la misma manera que en las estepas: bandas de guerreros avanzando a caballo mientras arrojaban flechas con sus arcos desde lejos. Siempre evitaban el combate cuerpo a cuerpo y lograban ganar manteniendo la distancia. Este era un modo de combate completamente nuevo, ya que en Occidente nadie usaba ese método, y por esta razón, en el imaginario colectivo, los turcos se convirtieron en bárbaros. Eran respetados porque eran valientes e imbatibles, pero bárbaros al fin. Hasta los cruzados, que eran considerados igualmente feroces, quedaron impresionados por las habilidades de combate de los turcos. Habían logrado despertar una mezcla de admiración y terror que se mantuvo durante muchos siglos. De hecho, la expresión italiana "mamma li turchi" (¡mamá, los turcos!) deriva precisamente del temor que despertaban las hordas otomanas a su paso. Pero la fascinación era mutua. Por ejemplo, los otomanos dominaban el arte de ganar en batalla, mientras que los italianos tenían el arte, la tecnología y la fuerza de trabajo. Los sultanes encargaban anteojos, mapas, relojes, vidrios, lámparas a los venecianos, pero también piezas para reforzar los barcos. Cuando la hija del sultán Solimán I decidió construir un acueducto hacia La Meca para ofrecer agua a los peregrinos, encargó los equipos de acero en Occidente, ya que no se producía acero en el imperio. El mismo Mehmed II Fatih llamó a Constantinopla a Gentile Bellini de Venecia y a otros pintores del Renacimiento para encargarles retratos, una costumbre muy popular en Occidente pero no para los turcos.
El Imperio Otomano creció y se consolidó con fuerza y determinación, hasta llegar a convertirse en una gran potencia. El apogeo del Imperio Otomano se dio bajo el reinado de Solimán el Magnífico, momento en el cual alcanzó su máxima expansión, se convirtió en la segunda gran superpotencia de Europa y el Mediterráneo y llegó a la cima de su grandeza cultural y artística. Fue en este periodo que se construyeron las mezquitas que aún hoy son un símbolo en Turquía.