Cuando somos pequeños, la impaciencia es nuestra mejor amiga. Querer todo de inmediato tiene sentido en esta etapa de la vida. Es una forma de romper el hielo y de empezar a conocer las dinámicas que gobiernan el mundo que nos rodea. Sin embargo, a medida que crecemos, descubrimos que la vida se parece más a un maratón, y así aprendemos la importancia de saber esperar, el valor de la reflexión y la necesidad de tener un plan antes de lanzarnos de lleno hacia una aventura. ¿Pero es siempre así para todos? Lamentablemente, no. Vivimos en una sociedad donde lo lento se ha convertido en sinónimo de negativo, y la ansiedad por tenerlo todo inmediatamente sin un mínimo de esfuerzo se ha vuelto una prerrogativa.
En este proceso, las redes sociales han jugado (y siguen jugando) un papel importante. Por ejemplo, un estudio de la Universidad de Glasgow relacionó las dificultades para dormir con el uso intenso de las redes sociales antes de conciliar el sueño. Otros estudios vinculan el miedo constante a perderse algo importante (llamado FOMO, por sus siglas en inglés) con un grado cada vez menor de satisfacción con la propia vida. El uso abusivo de las redes sociales también es responsable de una disminución progresiva de la autoestima. Según la Royal Society of Public Health, 9 de cada 10 adolescentes no están satisfechas con su apariencia. Esta es una de las consecuencias del bombardeo constante de imágenes, que muchas veces están retocadas y muestran cuerpos perfectos, inalcanzables. Pero estas vidas perfectas que vemos en la pantalla, ¿realmente lo son? La respuesta es no, y la experiencia que vivió Lissette Calveiro es un ejemplo de ello. A los 21 años, la joven se mudó a Nueva York para vivir una vida como la de la serie televisiva Sexo en la ciudad. Lisette estaba decidida a abrirse paso como influencer en Instagram, por lo que comenzó a gastar dinero para poder fotografiar una vida que fuera cada vez más glamorosa. Pero la realidad es que la joven acabó en bancarrota en pocos meses. Una investigación de Fashonista del año 2018 calculó que la vida como influencer cuesta un promedio de 31 400 dólares al año, sin incluir algunos gastos básicos como, por ejemplo, alquiler, facturas, las compras en el supermercado, etc.