En todas las épocas, el ser humano ha tratado de dar una explicación al origen de la vida, por qué existe el mundo (y en consecuencia la existencia del ser humano) y el fin último de nuestra existencia. Son historias que hablan de la creación y se dividen en dos clases, dependiendo de la respuesta que dan a la pregunta de si el universo tuvo un origen o no. En muchas de las historias en las que el universo tuvo un comienzo, la causa de todo es una deidad, un ser sobrenatural que no obedece a las leyes del mundo y que puede modificarlo. Ejemplo de ello son el motor inmóvil de Aristóteles o el principio de razón suficiente de Gottfried Leibniz. En cuanto a las historias en las que el universo no tiene un origen, la existencia de la realidad es algo que no puede ser investigado por la razón. Un ejemplo de ello es el atomismo griego, según el cual el mundo que conocemos se produce gracias a la eterna combinación de los diferentes elementos que componen la materia.
La ciencia se encuentra en el medio de estas historias, y como lo señaló Stephen Hawking, su propósito es describir el universo en el que vivimos. En efecto, la ciencia trata de dar una explicación a los fenómenos naturales a través de leyes que toman en cuenta las causas naturales. Esto implica que cualquier cosa que sea observable debe originarse de la interacción entre diferentes partes del mundo natural, sin intervención externa. En el siglo XX, especialmente en las últimas décadas, la ciencia logró transformar el afán puramente humano de buscar una explicación para el origen de la vida en una investigación experimental, con el objetivo de encontrar evidencia concreta que confirme o desmienta las diferentes hipótesis. La historia del conocimiento humano hasta ahora ha demostrado que todas las influencias que eran consideradas sobrenaturales no eran más que fenómenos naturales que no se habían comprendido del todo, a menudo debido a las limitaciones de las herramientas disponibles en cada período. En otras palabras, esto quiere decir que tratar de darle sentido a un fenómeno natural justificándolo con un ser trascendental no es mejor explicación que admitir que no se sabe por qué o cómo sucedió o se produjo el hecho. Sin embargo, es posible que la verdadera razón por la que la mayoría de las personas no abandonan la idea de un creador divino se deba al hecho de que no pueden aceptar que todo sucedió sin un propósito específico, y que fue simplemente un encuentro aleatorio de partículas elementales.