Durante una hermosa tarde primaveral, Max, un distinguido caballero de 64 años, de aire sereno y complacido, estaba sentado en un banco del Central Park con los pies descalzos en contacto con la hierba, cuando, de repente, sucedió algo inesperado. Un hombre de su misma edad se sentó a su lado, pero con una mirada abatida y un rostro cansado. Se miraron a los ojos y se reconocieron: ese hombre era Jim, un viejo amigo de la infancia.
De pequeños, habían sido vecinos en el Bronx, una zona muy humilde de Nueva York. Comenzaron a contar sus historias de vida y Max se sorprendió al saber que Jim, luego de que su padre heredara una gran fortuna de un tío, que no tenía descendientes y con una empresa exitosa, arruinó el negocio familiar por una serie de eventos desafortunados. Había pasado de la riqueza a la pobreza, ya que en los últimos quince años había sobrevivido gracias al apoyo de sus vecinos y realizando diversos trabajos con los que vivía de forma precaria.
Max, también contó cómo le había ido en la vida y explicó que había empezado desde muy abajo, sin siquiera haber podido estudiar, ya que había empezado a trabajar a los 10 años. Primero lavaba coches, luego trabajó durante años en varios hoteles de lujo hasta que logró dar el gran salto a los 22 años de edad. Compró una pequeña tienda que estaba a punto de cerrar y abrió su propia marroquinería, donde confeccionaba bolsos imitando los modelos de lujo que había visto por años en los hoteles donde había trabajado. Fueron años de trabajo arduo, pero sus esfuerzos habían valido la pena. Ahora, a sus 64 años de edad, estaba a cargo de más de dos mil empleados en veinte fábricas alrededor del mundo.
Al escuchar sus palabras, Jim dijo que Max definitivamente había tenido más suerte que él, pero Max no estaba de acuerdo en absoluto, por lo que comenzó a contarle la historia que siempre le contaba su abuelo sobre la diferencia entre suerte y Buena Suerte (con mayúsculas). Esta historia le había ayudado a tomar las decisiones más importantes a lo largo de los años.
Max se ofreció a contarle la historia de su abuelo, pero Jim no respondía, por lo que Max siguió haciendo hincapié en que esta historia no solo había ayudado a hombres y mujeres de negocios, sino a personas de todo tipo y de cualquier profesión.
Entonces, Jim le preguntó a Max cuál era la diferencia entre la suerte y la Buena Suerte. Max respondió que la Buena Suerte depende pura y exclusivamente de las personas y que nada tiene que ver con hechos casuales. La simple suerte no dura, es difícil que suceda y no depende ni de las personas ni de lo que hacen. No es casualidad que el 90% de las personas que ganan la lotería pierdan su dinero en diez años. En cambio, la Buena Suerte puede suceder cada vez que una persona se concentra y trabaja para que suceda.
Cuando terminó de escuchar a su viejo amigo de la infancia, Jim accedió a oír la historia del abuelo de Max.