El mercado de las obligaciones nació en los Estados Unidos hacia finales de los años 80. Wall Street empezó a trabajar en un nuevo sector, el de las deudas contraídas por comunes ciudadanos estadounidenses. Inicialmente, estas obligaciones hipotecarias eran seguras, ya que estaban garantizadas por la deuda del 50% de la población más solvente desde un punto de vista crediticio. A continuación, el mercado de los préstamos se hizo más grande e incluyó también a los ciudadanos con menos méritos; de esta manera las obligaciones iniciaron a constituirse con “hipotecas subprime”, es decir hipotecas concedidas a personas con alto riesgo de insolvencia. Una obligación hipotecaria se compone por miles de préstamos residenciales privados, agrupados en una única cartera. La obligación hipotecaria se usa para conceder préstamos que no tienen los requisitos necesarios para ser garantizados por el estado, con el objetivo de extender el crédito a más personas y poder expandir el mercado de los beneficios financieros derivados.
Steve Eisman trabajaba para Oppenheimer y rápidamente demostró ser uno de los pocos analistas capaces de sembrar el caos en el mercado con su manera original de entender las cosas. No es muy simpático y se define a sí mismo como alguien “bastante grosero”; es una persona más bien extravagante que entró en el bizarro mundo de Wall Street. Se adentró en el mercado de las obligaciones e inmediatamente vio que algo no encajaba. Con la ayuda de su asistente, que se encargaba de la contabilidad, se esforzó para hacer un análisis con el objetivo de dar la vuelta a todo el sector. Estudió tenazmente los datos relacionados con las hipotecas subprime y descubrió que estas hipotecas se convertían en títulos negociables en el mercado, es decir obligaciones garantizadas por préstamos hipotecarios; las empresas que las gestionaban, declaraban beneficios cada vez más altos, pero evitaban declarar la elevada tasa de insolvencia. Cuando Eisman quiso tener algunos de estos datos, no quisieron dárselos con la excusa de que eran detalles insignificantes. Lo que descubrió era preocupante: las empresas especializadas en hipotecas subprime estaban creciendo demasiado rápido, aplicando normas contables sin sentido, que no solo cubrían el hecho de que no tenían beneficios, sino que mostraban útiles ficticios, realizados artísticamente gracias al uso “creativo” de la contabilidad.
Escribió un informe que publicó en 1997 explicando la verdad sobre las empresas especializadas en hipotecas subprime, desencadenando un caos increíble en el medio de lo que parecía el gran boom económico de los Estados Unidos. A este punto, era de esperar que el mercado hubiese aprendido la lección y hubiese dejado de conceder préstamos a quien no podía pagarlos, pero el resto de la historia demuestra que no fue así.