La vida de todos nosotros es una continua búsqueda de la felicidad. Cada acción, cada pensamiento y cada meta que nos imponemos no son más que los intentos de trazar un camino que pueda brindarnos bienestar satisfaciéndonos plenamente. No siempre tendremos éxito, igual que lo que perseguimos no siempre es beneficioso para nosotros. Pero, ¿cómo es posible todo esto?
Lo que hace que nuestras decisiones sean problemáticas es la presencia de patrones mentales, que se alimentan de sentimientos negativos como la ira, los celos y la decepción, y que terminan enjaulándonos. Liberarnos de estos patrones, que activan verdaderos protocolos emocionales y conductuales, es la clave para la plena felicidad.
Pero no tenemos que ver el problema como un dualismo, es decir, un lado de nosotros que nos hace buscar el bienestar y otro lado que nos lleva al malestar. De hecho, las dificultades surgen precisamente de la división de la propia persona. Una decisión precipitada puede ser el resultado de otro deseo no expresado, al que no hemos prestado bastante atención durante mucho tiempo. Demasiadas veces tendemos a dividir la experiencia humana en compartimentos estancos, el bien y el mal, el cuerpo y la mente, y al hacerlo suprimimos una comunicación interna natural que es la guía interior para cada uno de nosotros y el punto central de la enseñanza del budismo. Según Buda, por ejemplo, el cuerpo y la mente no están separados y representan una unidad llamada namarupa, muy similar a la naturaleza de la luz, que puede manifestarse como onda o como partícula.
Seguir el camino del budismo es la reconciliación con las dificultades de la existencia, tanto internas como externas. Con su libro, el monje Thich Nhat Hanh presenta el concepto de espíritu y brinda algunas soluciones prácticas para remediar una de las principales amenazas para el equilibrio: la ira.